XIV

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Lalisa se preocupó por su favorita. ¿Por qué lo habrá hechos?.

— Jennie, debo irme. Vístete, y si lo deseas, puedes quedarte en mis aposentos hasta que regrese.— Le dijo.

Jennie aún no acababa de entender qué es lo que estaba pasando.

— ¿Por qué tienes que irte?.— Le preguntó. Pero Lalisa no respondió, y tan solo se fue.

Llegó hasta donde se hallaba Halime, y la miró. Estaba inconsciente. La doctora le explicó que fue veneno el que le causó aquello. Lograron vaciar su estómago, por lo que se recuperará.

— ¿Mi sultán?...— Despertó.— ¿Estoy muerta?. ¿Acaso estoy en el cielo?.— Intentó levantarse.

Lalisa la volvió a recostar con sus propias manos.

— No te levantes. Debes descansar.— Le dijo.— ¿Por qué lo hiciste?. ¿Qué causó que intentaras cometer tal pecado?.— Sus palabras salían con una voz más tranquilizante.

— He escuchado que alguien ha visitado sus aposentos. Usted mismo la ha llamado, mi señor. En cambio a mí ni me ha tocado. ¿Cómo podría vivir con aquella humillación?. ¡Vivo por usted, mi señor!.— Aquello hizo que Lalisa se sorprendiera, y se sintiera un poco culpable.

— ¿Acaso debo pedirte permiso para hacerlo?. No es nada contra ti, Halime. Te has vuelto mi favorita sin siquiera hacer nada. ¿Quieres más?. ¿Quieres ser sultana?. ¿Qué es lo que te haría feliz?.

— Tenerlo a usted, mi señor. No me importaría nunca ser sultana. ¡Sería feliz con tan solo una noche a su lado!.— Dijo.— Si no tengo aquella oportunidad, preferiría morir.

— ¡No quiero escuchar más!. ¡Qué falta de respeto!. ¿Sabes a quién tienes en frente?.

— Mi señor, usted es el culpable de ésta enfermedad. Usted me ha hechizado con aquel beso que me ha dado. ¡Usted me condenó!.— Le gritó.

Lalisa estaba confundida, y furiosa.

— Cuídenla bien.— Le dijo a las doctoras.— Recuerden que es la favorita de su sultán. No quiero que le permitan levantarse hasta que se mejore. Después de eso, me informan, y la envían a mis aposentos.— Se dió la vuelta, y se fue, sin siquiera mirarla. Pero aquello no le importaba a Halime. Sonrió sabiendo que había logrado su cometido.

Jennie miraba por el balcón de Lalisa. Podía ver toda la ciudad. Era hermoso...

Un portazo la asustó, y miró hacia adentro. Era Lalisa.

— ¿Estás bien?...— Le preguntó, acercándose.— ¿Qué ha pasado?.

— No es nada.— Intentó suavizar su expresión de enfado.

Jennie la abrazó, sabiendo que no debía preguntar más. Aquel gesto hizo que Lalisa sonriera.

— Te extrañé...— Le dijo Jennie.

— ¡Agas!.— Llamó Lalisa.— Quiero que preparen unos aposentos para Jennie. Que sean los más grandes. Quiero que compren los vestidos, y las joyas más hermosas. Y elijan dos sirvientas para ella. Todo lo que pida, se lo darán, ¿Entendido?.— Los agas asintieron, y se retiraron.

— ¿Por qué lo haces?.— Dijo Jennie, riendo.— ¿Ahora seré rica?.

— Ahora serás mía, Jennie. Ahora me perteneces.— Aquello hizo sonrojar a Jennie, quien no pudo evitar robarle un beso a Lalisa.

Pasaron las horas, y ambas no salían de la habitación. Hablaban, reían, y se besaban.

Tocaron la puerta, y un aga le informó que Halime de encontraba ahí.

Lalisa se levantó bruscamente, enfadada.

El Sultán [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora