El Sultán [Jenlisa]

XIII

Todas las chicas bajaron sus cabezas, pero enseguida miraron al sultán.

— ¡Míralo, es tan guapo!.— Dijo una.

Jennie mantenía su cabeza abajo, sin interesarle en lo más mínimo. Ella pensaba en Lalisa, y sus mentiras...

— ¿Acaso no soy importante para ella?.— Pensó en voz alta.

Eso hizo que el sultán se detuviera, y la mirara. Esa voz la reconocía, pero no era posible que ella estuviera ahí, ¿No?. No podía ver su rostro, debido a que seguía inclinada. Decidió dejarlo pasar, e irse al consejo.

— ¡Me miró!.— Dijo una de las concubinas.— ¿Lo viste?.

— Estúpida, él ha mirado a la nueva. ,¡Ella ni se ha inmutado!. ¿Qué le pasa?.— Dijo otra.

— ¡Vayan a sus labores, chicas!.— Les ordenaron.

Lalisa, después de varias horas, hablaba con los Pashas.

— ¡Vamos a vencer a los infieles!.— Dijo.— Volveremos victoriosos de esta campaña.— A pesar de estar en el consejo, hablando sobre la batalla próxima, seguía pensando en Jennie.— Iskender Pasha, espero que estés preparado.

— Lo estoy, su majestad. Me honra estar a su lado en la batalla.— Sonrió orgulloso.

— Bien, eso es todo. Pueden retirarse.— Dijo, antes de levantarse, e irse a sus aposentos.

Estaba cansada. Aquel consejo había sido uno de los más largos, y agotadores.

Tocaron a su puerta, y ella los dejó entrar.

— Mi sultán, la nueva concubina está aquí, y está esperando a verlo.— Dijo un aga.

— ¡Oh, Allah, dame paciencia!.— Suspiró.— Dile que se vaya. No quiero a nadie en mis aposentos hoy.— Le ordenó. Al quedarse sola, pensó en que sería genial que aquella fuera Jennie. La extrañaba, y aún más lo haría al partir a la batalla. Faltaba poco...

— Lo siento, el sultán ha dicho que no desea ver a nadie.— Le dijo a Cennet.

— ¿Le has dicho que fue enviada por la sultana Hafse?.— Le preguntó.

— ¿Para qué insistir?. El sultán ha dicho que no quería ver a nadie.— Dijo Jennie.— No hay que molestarlo.

— Tú no decides eso, niña.— La calló. Jennie buscaba como escapar desde la tarde. Y cuando le dijeron que tenía que ir a los aposentos del sultán, se desesperó. No podía desobedecer...— Dile al sultán que la madre sultana insiste. Si no entra hoy, me cortarán la cabeza.

— Lo siento, señorita Cennet, pero no puedo molestar al sultán.

— ¡Házlo!.— Levantó la voz.

De pronto, se escuchó la puerta abrirse bruscamente.

— ¡¿Pero qué es lo que no entiendes?!.— Gritó Lalisa.— ¡Te he ordenado que-

La habitación se llenó de silencio. La mirada de Lalisa se conectaba con la de Jennie. Ambas no podían entender cómo habían acabado en esa situación...

— ¿Lal-

— Entra a mis aposentos ahora.— Le ordenó.— Todos ustedes váyanse ahora mismo. ¡No quiero ver a nadie cerca!.— Todos se alejaron enseguida.

Jennie, sorprendida, entró a la habitación. Era una habitación espectacular. No entendía qué estaba pasando...

— Lalisa...— Le dijo.— No...¿Quién eres en realidad?.

— Jennie, ésto no debería haber pasado.— La miró seriamente.— ¿Qué  haces aquí?.

— Yo vine a verte. Viajé horas para poder verte una vez más. ¿Qué significa ésto, Lalisa?. ¡¿Es que acaso todo es una mentira?!.

— Cuida tus palabras, Jennie.— Le dijo.

— Así que ahora es así...— Se ofendió.— Pues, lo siento mucho, sultán Mustafá.— Hizo una reverencia.— Porfavor, ordene que me envíen de vuelta a casa. No quiero volver a verlo.— Dijo fríamente.

— Jennie...— Se acercó.— Las cosas no son como piensas.— Tocó su rostro.— Sigo siendo yo, mírame.— Sus ojos eran tiernos. Esa era la Lalisa que conocía. Pero sus ropas, y sus joyas, e incluso su vida no reconocía. Lalisa vió aquella mirada de decepción en Jennie, y no lo soportó. Se quitó aquella corona, y la tiró al suelo.— ¿No puedes verlo?. Mis ojos siguen siendo míos. Mi cabello sigue estando aquí, mi cuerpo, y mi boca, e incluso mis manos me pertenecen. Detrás de todo lo que ves, no hay nada más que lo que tú conociste.

— No puedo creer que me hayas mentido...— Una lagrima recorrió la mejilla de Jennie. Lalisa secó su rostro, y con aquella valentía, besó sus labios.

Jennie estaba sorprendida. Aquello era lo que había imaginado, y era mucho mejor. Cerró sus ojos, sintiendo la suavidad de su boca. Estaba mal, lo sabía, pero era tan adictivo, que no podía alejarse. Por el contrario, sus manos pasaron por la seda que cubría el torso de Lalisa. No podían separarse, se sentía como un sueño...

— ¿Puedes sentir mi corazón acelerado?. ¿Puedes verlo en mis ojos, Jennie?.— Dijo Lalisa, sin separarse de Jennie.— Soy yo...

La mencionada, no pudo decir nada. Se quedó en silencio, disfrutando del calor de Lalisa. Se sentía segura. Aquella que le había robado el corazón tan rápido, aquella que también le había mentido, aquella era Lalisa, y estaba ahí. Simplemente siguió su corazón, y volvió a besarla. Ella estaba ahí, y pronto se iría. Sabía que probablemente no volverían a verse, y solo quería disfrutar el poco tiempo de felicidad que les quedaba.

Lalisa pasó sus manos por la cintura de Jennie, acercándola aún más a ella. Se estaba volviendo loca. Quería apoderarse de todo su cuerpo.

Jennie se sentía en el paraíso.

Aquella parecía la verdadera batalla. Sus cuerpos luchaban por quitarse la ropa mutuamente. Sus labios en una constante guerra por tomar el poder.

Lalisa tomó a Jennie, y la recostó en su cama. Sentir la suavidad de sus piernas, y su abdomen bajo ella era lo que más deseaba, y ahora mismo lo poseía. Con ella podía ser quién era realmente.

— Lisa...— Suspiró Jennie, al sentir los labios de la nombrada pasar por su cuello.

Lalisa tomó su pierna, y la levantó al rededor de su cadera. Estaban ardiendo en pasión...

Tocaron a su puerta, interrumpiendo aquel momento.

Lalisa se quedó en silencio, totalmente furiosa. Con sus manos tomó sus sábanas, cubriendo a Jennie. Se vistió, y cubrió su cabello.

— ¿Qué pasa?.— Salió de sus aposentos.

— Lamento interrumpirlo, mi sultán. Me han informado que su favorita, la señorita Halime, ha intentado suicidarse. La sultana madre me ha enviado a informarle inmediatamente a usted.