XVI

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Lalisa se encontraba en sus aposentos, pensando en qué haría con Halime. Se sentó en su escritorio, y abrió el pequeño cofre, sacando el colgante que le había hecho a Jennie. Sonrió al pensar en ella...

— ¡Agas!.— Llamó.— Traigan a la señorita Jennie a mis aposentos. Díganle que le tengo un regalo. Los agas se miraron entre sí, llamando la atención de Lalisa.— ¿Pasa algo?.— Alzó una ceja.— ¿Acaso no escucharon lo que dije?.

— Mi señor, la señorita Jennie se encuentra en el calabozo por orden de su madre, la sultana Hafse.— Lalisa se levantó bruscamente, y salió apresurada a los aposentos de la madre sultana.

— Hijo, ¿Qué pasa?.— Preguntó Hafse, sorprendida por la entrada tan agresiva de su hija.

— ¡¿Te atreves a preguntarme eso?!. ¡Mandaste al calabozo a Jennie!. ¡Ella es parte de mi harem!. ¡Ella es parte de mí!.

— Hijo, ella merecía ser castigada. Me ha faltado el respeto, y a ti también.— Dijo serenamente.

— ¿De qué hablas?.— Preguntó Lalisa confundida.

— Ella me ha gritado, y ha querido entrar a tus aposentos sin permiso. ¡Hasta ha querido darte órdenes!. Se merecía una clara ejecución.

— ¿Qué has hecho, madre?...

— Ella recibió su castigo.

Lalisa corrió al calabozo, pensando lo peor. Al llegar encontró a Jennie luchando por mantener el calor en aquel frío lugar.

— Jennie...— La abrazó.— ¿Qué ha pasado?.— Acarició su rostro. Notó sus manos con sangre, y miró la espalda de aquella.— Dios mío...

— Lalisa.— Sollozó.— Sácame de aquí, porfavor.— Le rogó, volviendo a abrazarla.

Lalisa la tomó entre sus brazos, y la cargó hasta sus aposentos. Le indicó a los médicos que trataran sus heridas, y se dirigió a los aposentos de su madre nuevamente.

— Me he enterado de que has sacado a esa esclava del calabozo. ¿Por qué lo has hecho?. Has pasado por alto mi autoridad, hijo. ¿Qué dirá la gente sobre eso?.

— No me importa en lo más mínimo lo que diga la gente. Te perdono esto porque eres mi madre, porque sino, te ejecutaría inmediatamente.— Le dijo, mirándola con odio.— Tú eres la encargada de cuidar mi harem. Si me entero que a Jennie le han hecho daño aunque sea solo un rasguño, tú pagarás las consecuencias.— Hafse no podía creerlo. Su propia hija la amenazaba de esa manera.

— ¿Es que acaso te han envenenado la cabeza?.— Le digo, ofendida.— ¿Cómo le dices esas cosas a tu madre?. ¡Y todo por una simple esclava!.

— Esa simple esclava, como tú le dices, es la dueña de mi corazón. No permitiré que nadie le haga daño...ni siquiera tú.— Dijo antes de irse.

Hafse estaba destruída. Tenía que hacer desaparecer a esa chica, la cual era una amenaza.

— Tengo que deshacerme de ella. Es la debilidad de mi león, y un sultán no puede ser débil.— Dijo para sí misma.

Pasaron dos semanas, aproximadamente, cuando por fin Jennie había logrado sanar de sus heridas. Pasó todas las noches al cuidado de Lalisa, la cual no se separó ni un segundo de ella.

— ¿Por qué tienes que irte?.— Dijo Jennie entristecida.— ¿En serio tienes que hacerlo?.

— No seré un verdadero sultán si no dirijo mi propia batalla. Pero no entristezcas, porque regresaré victoriosa.— Le dió un pequeño beso.

Lalisa se aseguró de que Jennie se quedara en sus aposentos mientras ella no esté. Le dejará a sus agas más confiables a su cuidado. Al día siguiente debía ir a la guerra, y eso ambas lo sabían.

— Te estaré esperando...— Dijo Jennie.

— Te tengo un obsequio.— Le sonrió Lalisa, mientras tomaba aquel colgante del cofre.— Lo hice para ti. Eres tan hermosa como esa gema, Jennie. Tú destacas entre las demás. Tú me has robado el corazón...— Le dijo.

Jennie estaba tan feliz, que si muriera en ese momento, lo haría con gusto al lado de su amada. Aquel colgante hacía lucir sus bellos ojos, y su piel se veía aún más suave.

— Quiero entregarme a ti, Lalisa. Quiero ser tuya de corazón, y de cuerpo. Te pertenezco, mi sultán.

Lalisa la miró con aquellos ojos anhelosos, y con aquella sonrisa tan bonita que tenía. Jennie se dió cuenta de cuan enamorada ya se encontraba...

El Sultán [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora