Sangrando

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—¿Donde está? —preguntó Fleur ingresando a la gran estancia preocupada.

Una de las Veelas sale rápidamente a recibirla.

—Está en cama, tenía mucha fiebre cuando llegó y está malherida. Se autolesionó bastante.

La rubia se apresuró hacia la habitación de Hermione y lo que vió la dejó de piedra. Su reina estaba acostada sin color en el rostro, los brazos rasgados, los latidos lentos y prácticamente parecía como si estuviese muerta.

—No entiendo qué pasó —dijo la veela adulta mirando a Hermione con pena.

—Esto tiene que ver con él, solo una persona en el mundo puede provocar algo así.

—¿Su pareja? —preguntó.

Fleur asintió.

—Busca a Eren, tenemos que arreglar esto pronto.

La mujer se apresuró y en un momento el guardia ya estaba allí.

—¿Se puede saber donde estabas mientras esto ocurría? —preguntó enfadada—. ¡Tú deber es cuidarla!.

—Y eso hacía, ¿crees que fue sencillo cambiar todo un historial clínico y manipular a la tonta para que no abriera la boca?.

—Esto está mal, no podemos perderla. Si ella muere, el caos que nos vendrá encima será terrible.

—Pues ve por el imbécil que la tiene así y tráelo por uno de los portales. Le corresponderá así tengamos que obligarlo...

—¿Estas loco? —le preguntó Fleur comprendiendo su insinuación—. Si Hermione se entera nos mata a todos.

—Tráelo, yo cuidaré de ella —habló el joven acercándose a su reina.

Fleur obedeció y se marchó.

Eren se abrió la palma de la mano y comenzó a untar con su sangre las heridas de Hermione. Eso sólo las sanaría de manera externa, pero la sanación completa solo ocurriría si Draco Malfoy tenía contacto físico con ella.

El joven acarició la mejilla de Hermione sintiéndose triste porque alguien como ella tuviera que sufrir por un simple mago. Hermione inconscientemente soltó un respingo y él le susurró.

—Tranquila mi reina, yo te protegeré.

Fleur localizó a Draco en su oficina mientras este estaba haciendo algunas combinaciones con exóticos ingredientes.

—Lo primero que te dije, ¿que pasa contigo?. Esto no es un juego.

Draco alzó la vista hacia ella y soltó los instrumentos que tenía en las manos dejándolos en la mesa con el ceño fruncido.

—¿De que estás hablando? —preguntó confundido.

—Algo le hiciste, te pedí que te llevaras mejor con ella y la cuidases.

—Es lo que hice esta semana, hablamos más que antes y estamos siendo cordiales —expresó enojado—. ¿Pensaste que le pediría matrimonio en una semana? Estás loca.

—Oh, claro. Y seguramente el hecho de que ella esté agonizando no es culpa tuya.

—¿Agonizando?. La dejé en casa tranquila.

—¡¿Tranquila?! —gritó enojada—. Esta herida y con fiebre alta debatiéndose entre sus ganas de vivir y las ganas de morir que tú por alguna razón provocaste.

—Eso es ridículo, yo no hice nada —se defendió exasperado—. Tiene que haber otro motivo.

—No lo hay, ella está sufriendo de una manera en que solo se sufre por alguien. Nadie puede herirla de esa manera tan emocional, solo tú.

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