1: La gota que rebalsó el vaso

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La velocidad con la que busco mi uniforme de trabajo en el armario tal vez no sea la conveniente después de todo —ya que no veo ni lo que arrojo a mi cama—, pero estoy diez minutos tarde por lo que ir rápido es inevitable y también imprescindible. Como si fuera poco, la lluvia que no cesa desde ayer en la mañana hará que me demore en conseguir un taxi. La experiencia me lleva a estar cien por ciento segura de eso.

Reviso la hora a cada segundo tan solo para darme cuenta que los números no cambiaron. Mientras tanto una voz en mi cabeza empieza a reprocharme sobre porqué no soy capaz de ser más ordenada. Cuando finalmente lo encuentro, la llamada diaria de mi tía irrumpe el único sonido que se venia escuchando además de mis quejas: la tormenta. 

—Estoy llegando tarde... —: es lo que exclamo cuando la pongo en altavoz, simultáneamente empiezo a vestirme. —no hace falta que lo digas por milésima vez, ya sé que soy un desastre con la organización.

—Bethany... —comienza ella tiñendo con una pizca de desaprobación su tono de voz.

—No sonó mi despertador. 

La oigo carcajear. 

—Sé como se oye, pero no lo estoy inventando —replico al borde de la desesperación por no poder planchar mi camisa azul y ponerme las zapatillas al mismo tiempo.

—Sabes que he tenido tu edad, ¿cierto?  

—La maldita tormenta hizo que se vaya la luz en la noche y la batería de mi celular no aguantó una mierda —la oigo resoplar. No le agrada mi forma de hablar —perdón...

Termino con la camisa y me abrigo al instante tratando de no prestarle atención al calor que ésta emana de la tela y yo de mi piel.

—Va a salir todo bien. Escribeme luego.

Uniformada, con las llaves en mano y dejando un caos absoluto en todo el departamento, bajo corriendo los tres pisos que me separan de la planta baja del edificio y extiendo la mirada hasta la calle en busca de un taxi. El cielo está completamente cubierto y por un momento tengo la esperanza de que ya no volverá a caer ni una gota más. Sin embargo, la realidad es que la humedad amenaza con hacer estallar una escandalosa tormenta sobre mi cabeza y entonces, en una fracción de segundo, el planchado de mi ropa se echa a perder. 

Y maldita sea, ni siquiera puedo costear un paraguas con mi sueldo miserable.

—Te ha vuelto a suceder.

Alana, —mi vecina y amiga— no se tarda en descifrar el porqué sigo aquí apenas sale por la puerta principal. A su derecha está su novio Sheldon quien me mira igual de preocupado que ella. 

De mi más intimo circulo social, ellos fueron los primeros en enterarse de que mi jefe es básicamente un cretino. Es la clase de persona que no da muchas oportunidades. Ni siquiera es un hombre de muchas palabras.

Si él dice que las cosas son de determinada manera, así deben ser y si te encuentran tan desesperada como yo por independizarte y querer valerte por ti misma, te amoldas al exasperante y estructurado sistema laboral que tiene.

En conclusión y por desgracia mi demora de quince minutos podría ser catastrófico para el Sr. Morgan. Obviando que para mí también podría serlo si es que toma cartas en el asunto después de mis tres faltas.

—Seguiré echándole la culpa al apagón de anoche —los veo reírse un poco.

—Nuestros celulares tampoco sobrevivieron a la catástrofe. 

Un atisbo de alegría me golpea de frente.

—¿No quieren ser mis testigos? Realmente no me tengo mucha confianza esta vez.

I KNEW YOU WERE TROUBLE | En CursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora