12: Vodka y contradicciones

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Llego a la barra agradeciendo que no haya luces blancas que puedan evidenciar lo ruborizadas que están mis mejillas. No solo estoy sofocada escandalosamente, sino que no he podido ocultar mi expresión de vergüenza desde que dejé de hacer contacto visual con Alec. Intento caminar con naturalidad y confianza, pero por dentro estoy sumida en un aturdimiento pese al momento que acabo de presenciar; pese a la tensión que yo misma he causado entre él y yo.

—Amiga —Lily hace que la mire—, ¿Qué acaba de pasar?

—No tengo idea —murmuro aún desconcertada por mi actitud—, lo mismo iba a preguntarte yo a ti.

Ella sonríe de oreja a oreja contra mis ojos.

—¿Qué le estás haciendo a la Bethany que conozco? 

—¡Es él! —exclamo con desesperación—. Él es quien logra que yo me comporte así. 

—Pues, no le veo nada malo...

—¿Qué no lo ves? ¿Cómo es que no...?

Una voz masculina nos interrumpe abruptamente.

—Señoritas, ¿Les sirvo algo de beber?

—Si, algo que me haga olvidar el error que acabo de cometer.

—¿Tan temprano? La fiesta acaba de empezar —el chico alterna su mirada en ambas con un atisbo de sonrisa, cambiando un poco la atmósfera. Mi amiga me codea con diversión y entonces el barman desliza por la madera color caoba, dos largos vasos llenos hasta la boquilla—. Vas a necesitar varios de estos para lograrlo.

Vodka con colorante violeta. Que poco original.

Considero quedarme pegada a la barra por un buen rato, sin embargo, cuando vuelvo a ver a lo lejos su figura tan imponente y seductora, la idea de querer distanciarme de él y olvidar el momento de recién empieza a perder la fuerza que le di desde un principio. Y es que la prudencia y Alexander no combinan. Mi mente me susurra una cosa; me fomenta a tomar distancia, pero tenerlo tan cerca últimamente hace que mi cabeza pierda todo buen juicio sobre lo que debería hacer: actuar con sensatez y no hacer uso de sus propias frases manchadas con descaro.  

Está de negro, exceptuando su camisa blanca de la que se desprende su característico aroma. Dos botones desabrochados «¿Cómo no?», dejando bastante piel bronceada al descubierto y un pequeño dije de cruz descansa debajo de su clavícula, sujetado por una cadena dorada. Los hombres en su mayoría están vestidos del mismo modo, pero él sin duda destaca. Aunque no vaya a confesarlo en voz alta esta noche, no lo puedo evitar pensar. Desborda elegancia de cada poro de su piel. 

Desde que lo vi caminar hacia mi, llevando su cabello oscuro empapado y rebelde como si hubiese acabado de salir de la ducha, despreocupado como si tuviese su vida resuelta por completo, ensartándome con sus pupilas oscuras ante la escasa luminosidad del salón, solo quise imaginar que éramos dos completos desconocidos; Que lo estaba viendo por primera vez luciendo un traje y aceptar que estaba malditamente atractivo e imponente.

A lo mejor en este momento estaríamos en una posición muy distinta si hubiésemos acabado de presentarnos, elijo pensar. A lo mejor se dispararian otras emociones. Hasta podríamos estar conversando sin tener ninguna primera mala impresión del otro, como la que lamentablemente tenemos ahora.

—¿Hay algo entre ustedes que no me estés contando? —indaga Li, con el sorbete entre sus dientes. Su mirada es tan pícara como la que yo debí haberle expresado a Alexander hace minutos atrás.

—¿Además del odio mutuo? No, nada.

—No exageres. Sé que no es para tanto.

—No, no lo es —le aseguro ante un suspiro—, pero tampoco quiero minimizarlo. Es muy egocéntrico y sabes cuánto me choca que la gente sea así.

I KNEW YOU WERE TROUBLE | En CursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora