Crecí de golpe. Tuve que hacerlo.
Todo en mí era una revolución.
Tardes como estas me hacen volver a mi prematura adolescencia. Cuando estoy muy pensativa mirando el cielo estrellado, cuando me esfuerzo en buscarle respuestas a todos mis porqués, cuando miro la cerca de la casa de mi tía —ahora pintada y barnizada—, o cuando mis emociones me hacen creer que estoy extrañando algo u alguien.
La ausencia de mi padre destruyó lo poco que quedaba de un hogar. Extinguió el poco amor que podíamos tener; se devoró mis esperanzas de tener una familia conformada de cuatro ya que no cabía la posibilidad de tener siquiera un hermano. La relación que habíamos moldeado con buenos y malos momentos simplemente fue interrumpida. Interrumpida por una penosa decisión que tomó mi madre. Ella quedó más devastada aún y por ende fui arrastrada por la corriente de su quebranto.
Por un largo tiempo había perdido un poco de vista sus facciones. Se mantenía encerrada en su habitación gran parte del día y cuando se decidía a salir siempre la acompañaba una invisible nube gris con olor a tabaco. A veces prefería que no nos crucemos. Se me hacía un poco más fácil.
Fue inevitable. Su inquietante silencio y falta de interés me vistió de indignación y responsabilidades. Entre otras cosas.
Ella era incapaz de pensar en algo más que no sea en su vicios, su dolor y su desdicha, mientras que yo estaba plenamente consciente de que si no hacía algo por las dos nadie más lo iba a hacer. El resultado fue adaptarme a un patrón de conducta de adulta. Me aseguraba de que mi madre ingiera algo de comer, que la casa esté en orden y hasta de alentarla a que se de una ducha.
Apenas podía mantener mis notas escolares por encima de un siete. Dentro del salón de clases me empeñaba en no lucir cansada ni triste. Me horrorizaba el hecho de que alguien me llame la atención, pues llegaba tarde de lunes a viernes, me dormía en plena teoría y cargaba conmigo dos prominentes bolsas debajo de mis ojos. Si bien lo único que me mantenía un poco fuera de ese desastre era sentarme a escribir sobre la batalla de monstruos y angeles que se disputaba en mi cabeza, nada lograba llevarse del todo mis cargas. Así como tampoco mi angustia.
Claro que esto no duró mucho.
Empezó a ser más evidente que ya no podía ni conmigo misma. Fue entonces cuando mi único familiar cercano por fin logró mi tenencia debido a la pérdida de trabajo de mi madre. Ahí todo cambió aún más. La justicia hizo su aparición y gracias a Lena tuve un hogar más rápido de lo que se esperaba. Para ese entonces mi cabeza estaba llena de incógnitas y de sentimientos oscuros. Por más increíble que suene, no era capaz de derramar lágrimas, pero sí que tenía mucho enojo.
Aún lo tengo.
—¿Pasas la noche con nosotros?
Su voz me regresa de mi trance, haciéndome cerrar los ojos con pesadez. Tiro el cigarrillo a la acera y entro después de ella.
—Solo si puedo darme un baño.
—Te traeré algo de ropa. —su sonrisa le marca las mejillas.
Tener entre mis dedos esta tela azul me hace recordar.
—Día largo el de hoy.
—Te reirás en unos años.
Su comentario me dibuja una mueca divertida en el rostro.
¿Qué sería de mi sin esta mujer en mi vida? No lo quiero averiguar.
—Cariño, me pidió estar contigo. —viene diciendo Trevor mientras carga a la bebe de la casa —no pude convencerla de que pase más tiempo con papá.
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I KNEW YOU WERE TROUBLE | En Curso
Romance"No existe ni la más remota posibilidad de que sobreviva al caos que es él" "Soy demasiado egoísta como para dejarte ir" ----------------- Bethany Sanders está atravesando sus veinticuatro años y aún no puede despegarse de su pasado. Alec Kershaw e...