Primera Carta

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Querido Daniel.


El día había empezado perfecto, me habías hecho tuyo tal y como lo habías prometido. Esa mañana sentía tus caricias y besos más fuertes que nunca, me decían mil palabras.

Vi que te soltaste de la baranda y yo creí que no sucedería nada, que mantendrías el equilibrio, pero no fue así, soltaste tus manos y tu cuerpo se fue contra el suelo obedeciendo a la ley de gravedad. Solté el par de vasos en donde llevaba el jugo que te había prometido, quedaron hechos pedazos y el líquido corría por el pasillo. Grité tan fuerte tu nombre que cuando bajé las escaleras y abrí la puerta tu madre venía corriendo a toda velocidad en su bata color turquesa y el cabello mojado. No me preguntes cómo es que pude detallar tanto, sabes que siempre observo todo.

Tu madre no pudo contener las lágrimas, estabas en el suelo, boca abajo y con sangre saliendo de tu boca del costado de tu cabeza que había recibido el impacto.

Tu madre me gritaba fuerte que tomara el teléfono y llamara una ambulancia, yo mantenía la vista fija hasta que tu madre me tomó del hombro y me gritó en la cara que llamara una ambulancia.

Liberé mis piernas y se las entregué a la velocidad, entré a la casa y tomé el teléfono que estaba en la sala y presioné rápido los números.

La ambulancia llegó más rápido de lo que yo esperaba, sólo podía ir un acompañante y sabía que debía ser Laurie, tu madre, pero ella se viró dándose cuenta de que no podía ir en bata al hospital.

Me pidió que fuera yo, que ella iba a ponerse algo decente y saldría de inmediato al hospital. Le dije que tomara un taxi cuando saliera de su casa para evitar otra tragedia. Afortunadamente, tu madre siempre ha sido una persona que no se deja llevar fácilmente de sus emociones, cuando subí a la ambulancia vi cómo pasó sus manos por sus mejillas y limpió sus lágrimas, respiró profundo y tomó fuerzas de no sé dónde.

Tomé tu mano derecha, mientras los paramédicos monitoreaban tu pulso. Veía la mala cara de uno y eso me preocupaba, yo no quería llorar, pero era imposible contener mis lágrimas. Te conectaron a apartados que pitaban.

El tráfico estaba pesado, así que el conductor encendió la sirena del vehículo y rápidamente los autos se orillaban.

No sé cuánto tardamos en llegar al hospital más cercano, pero abrieron la puerta del vehículo y te sacaron rápidamente, algunos enfermeros te esperaban y seguramente algún médico.

Te llevaron rápidamente, te hacían espacio entre los demás pacientes que estaban en la sala de espera de urgencias, yo iba a su ritmo, pero al cruzar una puerta una enfermera de cabello hasta los hombros de color negro me detuvo y me obligó a ir a la sala de espera.

El reloj parecía no correr, no sé cuánto tardó Laurie en llegar, pero la vi a través de la puerta principal de urgencias, pues la puerta costaba de un vidrio con dos hojas grandes.

Fui hasta allí lo más rápido que pude porque a ella no la dejaba seguir debido a que ya estaba un acompañante dentro y conmigo bastaba.

Laurie sabe del amor que te tengo y accedió a que yo me quedara dentro con la condición de que la mantuviera informada, pero reflexioné y decidí salir para que ella pudiese entrar, es tu madre y tenía más derecho de estar esperando noticias tuyas. Ella no dudó en aceptar, así que salí y ella entró, también le dije que debía mantenerme informado de todo.

Afuera hacía frío, los corredores estaban llenos de trabajadores de la salud. Pregunté a una señora de mediana edad como llegar a la cafetería del lugar. Cuando averigüé el camino fui a comprar algo para Laurie que seguro no había desayunado nada, yo ya había perdido el apetito, pero recordé que no había llevado nada de dinero, mi celular también había quedado en casa.

Regresé a aquella puerta de vidrio, pero no logré visualizar a Laurie, seguro estaba viéndote, seguro ya estabas bien. Con la esperanza por el cielo corrí hasta la avenida y tomé un taxi.

Cuando llegué a casa le pedí al conductor que me esperara un par de minutos mientras subía por el dinero. Al dárselo se fue y también tenía mi móvil en las manos, estaba seguro de que tú, Daniel, ya estaba bien, así que marque el número de tu madre.

—Bueno —escuché una voz débil.

—Señora Laurie, ¿qué pasa? ¿está todo bien? —pregunté rápido.

—Nada está bien, los médicos siguen haciendo estudios para conocer el daño que causó el golpe. —me dijo.

—Vine a mi casa por dinero y mi móvil. Ya voy de nuevo al hospital —informé.

—¡No! —gritó Laurie. —Aquí no te dejarán pasar, será mejor que vengas en la noche. Yo sé que tu compañía le hará bien a Daniel —dijo y colgó.

No me dio tiempo de una respuesta, pero tenía razón, mi presencia en ese momento sería inútil.


Con cariño, Michael. 

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora