Segunda Carta

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Querido Daniel


El reloj de mi móvil marcaba las seis de la tarde. Había hablado de nuevo con Laurie y me dijo que los médicos no daban buenas noticias, el golpe causó un estado de coma, no había solución más que esperar a que despertaras. Eso podría pasar en un par de horas, días, semanas, meses, años o tal vez nunca.

Laurie estaba abatida, sus palabras eran pausadas, se notaba que contenía un gran dolor en todo lo que expresaba, se sentía el nudo en su garganta, pero yo no podía sumarme a eso, no, en el fondo de mi ser algo me decía a gritos que todo estaría bien, que todo pasaría, que sería un recuerdo del pasado y que cumpliríamos nuestros sueños.

Llegué al hospital, al mismo sitio donde había ingresado por primera vez, pero tampoco me dejaron pasar. Saqué mi móvil y llamé a la pelinegra que le dio la vida al amor de mi vida. Ella me dijo que caminara en dirección derecha y que hallaría otra entrada. Hice lo que me ordenó y allí estaba ella esperándome, con ojeras en su rostro, el cabello despeinado y una mirada triste que apuntaba hacia el suelo, no musitó palabra alguna, simplemente abrió la boca para decirme en qué habitación estabas tú, cariño.

Era simple, tomar el ascensor, marcar el piso número tres en el tablero del elevador y allí buscar la habitación trescientos diecisiete. Fue fácil encontrarla, el pasillo estaba vacío, a cada lado de este se veían enfermos de todas las edades.

Estaba frente a la habitación trescientos dieciséis y la que seguía era la tuya subí la mirada y efectivamente esa era, el número de la habitación estaba escrito en letras doradas sobre una tablilla negra.

Tomé la perilla y la giré hacia el lado derecho, el seguro desapareció y empujé la puerta con suavidad. Allí estabas tú, sin hacer movimiento, un ser inerte conectado a aparatos que sonaban y sonaban. Tus ojos estaban cerrados, una venda en la frente y parte de la cabeza que no dejaba ver tus cabellos escurrirse por tu frente. Sólo te cubría una sábana blanca, una bata hospitalaria de color azul, tu cuerpo estaba frío, entonces no dudé en sacar la cobija que había empacado antes de ir a verte.

Me senté en la silla que estaba en la habitación, no era muy cómoda, pero era lo que había y lo único que me importaba era estar a tu lado, así tuviese que dormir en el frío suelo.


Con cariño, Michael. 

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora