Decimoprimera Carta

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Querido Daniel


Verte inmóvil en esa cama en escasos noventa centímetros de ancho me taladraba la cabeza, ya no me era posible evadir el dolor que se acumulaba en el pecho, por más fuerte que quisiera ser y mostrarme que sería valiente y que estaría esperando con calma, ya no era posible mantenerme en pie. Me dolía fuertemente el retener las lágrimas, el querer ser más fuerte y menos sensitivo estaba consumiendo mi vida.

Contigo había aprendido a volar, a amar teniéndolo todo o teniendo nada, contigo la vida no era más que sólo belleza, la vida me había mostrado que contigo no habría final, puse mis deseos en un cofre que era para ti, sería mi regalo, quería pedirte que fueras mi compañero de vida, que fuéramos felices teniéndonos a nosotros mismos, pensé que la vida sería color de rosa, que sólo bastaría tenerte a ti para poder derribar cada uno de los obstáculos, pero no, maldita sea, no puedo atreverme a soñar viéndote postrado en una camilla conectado a aparatos que lo único que hacen es chillar y mostrar números y rayas. Maldita sea, no puedo mantenerme en pie sin ti, si no estás conmigo no quiero estar solo, no quiero seguir mi vida como si nada, no, yo sé que, aunque estés dormido puedes escucharme, sin embargo, ya no puedo detener mis sentimientos.

Daniel, despierta ya, despierta para besarte, despierta para hacerte el amor, para entregarme a tus brazos, a tus caricias, a tus deseos, ¿para qué una vida donde no estés? No dejaría ir mi oportunidad, no, no dejaría que te fueras como se va el agua que agarro entre mis manos. Quité la maldita careta que expulsaba aire a tus pulmones y al acercarme me sorprendí al escuchar tu agitada y lenta respiración, pero era por eso que tenías una careta. Pasé mis dedos suavemente por tu cara y me centré en mirar tus labios, los toqué con delicadeza y rapidez porque debía ponerte de nuevo la careta.

Tomé asiento en el mismo sillón de siempre, saqué el libro que cargaba en mi maleta y lo abrí en la página que había quedado. Exactamente en el capítulo donde Hazel recae y sus padres tienen que llevarla al hospital y la internan en la UCI, ella aún tiene esperanza de salvarse, pero tú, Daniel, empiezo a perder mis esperanzas mientras que unas gotas saladas salen de mis ojos. Hacía tiempo que no lloraba, después de tantos años de arrepentimiento y llanto me había quedado vacío, sin lágrimas, casi me había convertido en un ser insensible, nadie me llamaba la atención, había estado con un chico sólo por placer y también con una chica para "probar mi hombría''. Era lo común y lo que mis supuestos amigos me decían que debía hacer.

Tú eres mi Augustus, sí, mi Augustus, así como lees. Augustus le cambió la vida a Hazel, la hizo sentir que no era una granada como ella se consideraba, le dio motivos para seguir adelante, para soñar, para salir de su casa y sentirse bien, libre y feliz, hizo que ella quisiera vivir una vida como cualquier adolescente. Por eso digo que eres mi Augustus, tú me motivaste a sentir, a romper el hielo que cubría mi marchito corazón, ese corazón mecánico, le diste un sentido a cada inhalación y exhalación, hiciste que mi corazón quisiera salirse de mi pecho cuando me hablabas al oído o cuando te veía sobre mí.


Con cariño, Michael.

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora