Querido Daniel
Al empezar el día tenía claro lo que debía hacer, tomé rápidamente un baño y me vestí con lo primero que se me ocurrió. No necesitaba algo muy formal para lo que tenía pensado hacer. Mis padres se encontraban en el comedor consumiendo su desayuno, no se tomaron la molestia de preguntarme si iba a desayunar o a dónde iría, se notaba lo poco que yo les importaba.
Alcé mi brazo derecho para hacer parada a un taxi, los dos primeros que pasaron iban ocupados, pero el tercero fue el definitivo. Las calles estaban congestionadas, las bocinas de los autos aturdían mis oídos, el cielo empezaba a cubrirse con nubes grises que aseguraban una fuerte lluvia. Revisé mi bolsillo para asegurarme que no había olvidado lo que compre con Carla hace un mes que salimos juntos. Su buen gusto me sirvió demasiado para tomar la decisión correcta.
El recorrido había llegado a su fin, me encontraba en una de las puertas principales de esa serie de tres edificios que se hacían llamar hospital. No tuve problema al ingresar pues ya era conocido y sabían muy bien a lo que iba. Tomé el ascensor y marqué el mismo número de siempre, el elevador no tardó en llegar y subí al él en compañía de un par de enfermeras.
Estaba frente a la puerta trescientos diecisiete, sólo una puerta y una pared de color blanco me separaban de ti, esa era la barrera que no me dejaba verte. Tomé aire, respiré profundo porque tenía muy claro lo que haría y nada ni nadie me detendría.
Giré la perilla de la puerta de madera y allí estabas tú, en la misma posición de siempre, con los mismos aparatos de siempre, era doloroso verte inerte sobre esa camilla. Con pasos imprecisos me acerqué hasta ti, no sabía que decir ni cómo actuar, pero mi objetivo era claro, así que dije lo primero que llegó a mi cabeza.
—Daniel —pronuncié. —A veces no hay palabras, y sabes que suelo quedarme sin ellas porque soy el mejor demostrando mis sentimientos. —fue lo que salió de mi boca. —Aunque no puedas moverte o decirme algo sé que me escuchas —aclaré mi garganta y metí mi mano a mi bolsillo derecho. —No es el mejor momento —tomé una de tus manos con la que a mí me quedaba libre. —No te lo pregunto porque conozco la respuesta, por eso te lo propongo nada más —hice otra pausa. —Cásate conmigo —puse el anillo que tenía entre mis dedos en tu dedo anular izquierdo para que nuestros corazones se guiaran.
Lleve mis labios a donde se puse el anillo y postré mi boca sobre tu mano, le rogaba al cielo que pudieras despertar y vieras mis ojitos brillar de la felicidad tan enorme que me invadía, ese sería el mejor regalo en mi vida, que tú despertaras y me besaras como un loco, tal cual como solías hacerlo.
Con cariño, Michael.
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Cartas A Daniel
Teen FictionHabíamos pasado la noche juntos, otra vez me había entregado en cuerpo y alma a él, a sus deseos, a sus pasiones, a sus besos desenfrenados. Daniel se había quedado en el balcón de mi casa apreciando la vista del hermoso azul que se pintaba en el fi...