Decimosegunda Carta

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Querido Daniel


Otra noche llegó a su fin, el día se preparaba para poner a las personas en sus rutinas diarias y su vidas aburridas, desperté con un fuerte dolor en mi espalda, mi mano derecha estaba atada a tu mano izquierda, Dani, tú seguías inmóvil como todos los días desde que te había sumido en ese estado de muerte en vida.

El reloj de mi móvil marcaba las siete en punto de la mañana, no tardaba en llegar Laurie, siempre era muy puntal y mucho más si se trataba de algo de su familia. Me puse de pie y di unos cuentos pasos para estirar mi cuerpo dormido y que hormigueaba. Mi estómago pedía a gritos ser alimentado y era la primera vez que lo hacía, nunca me he preocupado por comer sanamente o a las horas correctas. La noche anterior no había cenado absolutamente nada y eso me estaba pasando factura.

Los números en el reloj de mi móvil seguían corriendo y ya marcaban media horas más, se me hizo muy extraño que tu madre no hubiese llegado así que, decidí llamarla.

—Buenos días, señora Laurie, ¿cómo está? —dije cuando ella me aceptó la llamada.

—Buenos días, Michael. Estoy muy bien, gracias por preguntar, ¿tú cómo te encuentras?

—Un poco adolorido, ese sillón no es muy bueno para dormir. Quería saber si vas a venir hoy, es que eres muy puntual y hoy se me hizo extraño que no haya llegado. —expliqué.

—Lo siento —se disculpó. —Debí llamarte para avisarte —inició. —He tenido un problema en mi trabajo y voy en camino a resolverlo —me explicó. —¿Podrías quedarte un poco más con Daniel, por favor? —preguntó en un tono al que no me podía negar.

—Claro, no hay problema.

Después del agradecimiento por parte de tu madre, me dirigí al baño de la habitación hospitalaria y me eché agua en la cara para quitarme lo adormilado. Escuché que la puerta se abrió y escuché unos pasos y cuando me sequé la cara salí.

—Buenos días —saludé.

—Buenos días, joven. —respondió el hombre alto y con bata blanca que estaba revisándote.

—¿Cómo está, Daniel? —pregunté.

—Creo que eso ya lo sabes, está en coma y eso es como estar muerto, sabemos que está vivo por los aparatos que tiene conectados. —me dijo.

Era la misma respuesta de siempre, preguntaba porque tenía esperanzas de que me dijera algo más positivo, pero mientras estuvieras así era imposible que dijeran que estarías mejor. Eso no era cuestión de decir mentiras y llenarnos de ilusiones con una recuperación.

—Pero dime, ¿van a venir a cuidarlo día y noche? Aquí está muy bien y ustedes no tienen por qué preocuparse.

—Queremos estar presentes cuando él despierte —respondí simulando una sonrisa.

—Bien.

El medico salió dando zancadas y yo lo seguí, debía ir a la cafetería a desayunar algo o sino terminaría haciéndote compañía, pero acostado en una camilla de mala muerte de este hospital en donde sólo se respira desesperanza.


Con cariño, Michael

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora