Decimoctava Carta

68 18 2
                                    

Querido Daniel


Una semana ha pasado y te siento más cerca, he vuelto a ocupar tu cama, a sentir tu respiración en mi cuello cuando te abrazo, he vuelto a sentir tus labios sobre lo míos, he vuelto a sentir ese inexplicable movimiento de mariposas en mi estómago. Realmente hacías falta en mi vida, pero no tenía idea de cuánto.

Hoy regresarás a casa, todo está listo. Una pequeña bienvenida con tu madre, abuela y Mateo, mis padres dijeron que no irían, Carla irá con su profesor que también es su novio. Es tan emocionante tenerte tan cerca, cada día miraba a través de mi ventana y me hacía a la idea de que estabas sobre tu cama leyendo un libro. De hecho, también fue mi idea comprarte un par de libros, aunque casi tienes de todo y fue difícil adivinar que querías o que te faltaba.

Tu madre salió temprano al supermercado en compañía de tu abuela, Mateo debía ir al colegio y me ofrecí a llevarlo. Luego, iría a la Universidad, había decidido correr mis clases a un horario mañanero para poder estar cuando llegaras del hospital.

El reloj ubicaba sus manecillas en las cuatro de la tarde en punto, todo estaba listo. Faltaba poco para que llegaras a tu casa, Laurie hacía casi una hora y media hora que había salido, la salida de un hospital siempre es un procedimiento que toma tiempo, pero escuchamos cómo la perilla sonaba al introducirse la llave y daba un giro. Era la señal de que habías llegado.

Cruzaste esa puerta sobre una silla de ruedas empujada por tu madre, nos pusimos de pie y corrimos abrazarte. Primero Mateo, luego yo, después Carla y por último Ana. Sabíamos que no sueles ser muy expresivo, pero en tu rostro se pintó una sonrisa en tu rostro y pudiste engañar a todos, pero a mí esa expresión no me generaba felicidad. Todos se dirigieron al comedor, pero decidí quedarme a solas contigo.

—¿Qué tienes, Daniel? —pregunté a tu oído.

—Simplemente no me siento bien, no quiero que me vean así —respondiste con un gesto amargo.

—No tienes razón para sentirte mal. Nadie te juzgará. No eres el primero ni último que le pasa. —te dije al mismo tiempo que acariciaba tu cara. —Vamos a almorzar —propuse.

El almuerzo realmente estaba delicioso, ojalá mi madre cocinara igual, pero es realmente un desastre en la cocina. Supongo que no le nace la idea de preparar algo con amor para su familia, aunque recuerdo que no solía ser así.

Todos seguíamos hablando al terminar, había mucho que contarte. Carla empezó a narrarnos su aventura con su docente y cómo había surgido ese amor, aunque la cara de Laurie era tensa, ella no estaba de acuerdo, siendo ella también docente no ve con buenos ojos que un colega se meta con una adolescente y que además es su alumna. Además de las consecuencias que podría tener.

Las horas pasaron rápido, el tiempo realmente vuela y la noche acobijó al día. Carla y su novio se iban, Laurie y Ana estaban organizando un poco la casa y yo pensaba cómo llevarte a tu habitación, las escaleras no ayudaban mucho, así que antes de que el profe aquel saliera de la casa le pedí el favor a tu amiga que le pidiera a su novio que me ayudara a subirte. Te pusimos de pie, tu brazo izquierdo sobre el cuello de él y el derecho sobre el mío, con cuidado subimos a tu habitación y te dejamos en la cama. La pelimona llevó la silla de ruedas, así que no tuve que regresar al primer piso de nuevo.


Con cariño, Michael.

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora