Octava Carta

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Querido Daniel.


Me quedé dormido a plena madrugada, el libro estaba bastante bueno y usé la excusa de todo lector: sólo un capítulo más. Desperté en una posición incómoda, el cuello me dolía, el libro estaba tirado en el suelo. Me puse de pie y fui hasta el baño que estaba en la misma habitación del hospital, me lavé la cara y luego desocupé mi vejiga antes de que explotase.

Faltaba poco para que tu madre llegase, siempre es muy puntual y no llega tan siquiera un minuto tarde, aunque sus ojeras empiezan a notarse, está preocupada por ti, al parecer duerme poco, los médicos no dicen nada más, sólo están esperando. El maquillaje no es suficiente para tapar su mal rostro, desaliñado y triste.

La puerta se abrió generando un ruido de metal oxidado, aunque obviamente el sonido lo producían sus... ¡Ay! No sé cómo se llamen esas pequeñas placas de metal con agujeros y tornillos que sostienen la puerta al marco. Sé que te gusta llamar las cosas por su nombre, pero a mí se me olvidan muchos nombres de objetos y eso me enoja.

Tu madre había llegado y era el momento de yo irme a casa, descansar mejor en mi cama suave y al anochecer regresar para cuidarte. Deposité un beso sobre tu frente, pero la venda que la cubría fue quien lo recibió. Me despedí de la señora Laurie y salí con pasos lentos.

Subí al primer taxi que apareció vacío y le dicté la dirección. Al llegar a casa me encontré a mi madre hablando por teléfono móvil con alguna de sus amigas, seguramente estaba en lo que ella llama: "adelantar libreta", yo prefiero llamarlo: "contar el último chisme que escuché y del cual no tengo certeza si es cierto". No me interesé por saludar, pasé directamente a la cocina y abrí la nevera, saqué un yogurt, de la lacena tomé un paquete de galletas y ese fue mi "nutritivo" desayuno.

Subí a mi cuarto, dejé los zapatos en mi closet y me lancé a la cama sin quitarme la ropa, el pecado capital de la pereza me tenía entre sus manos. La maleta que había llevado seguía sobre mi espalda y tuve que sentarme sobre la cama para quitármela, sacar mi móvil y dejarla tirada en el suelo.

Desbloqueé el móvil con mi huella y fui al directorio de contactos, piqué el nombre de Carla y ya estaba sonando.

—Hola, buen día —saludé.

—Michael, no sabía que tuvieras mi número —dijo sorprendida y algo adormilada.

—A ver niña, ayer me escribiste por WhatsApp —le expliqué.

—¡Ups! Debí haberme visto como estúpida, no lo recordaba —dijo. —¿Hay alguna noticia?

—Sí, pero no es nada malo —advertí.

—Lo sé, si lo fuera no estarías calmado —volvió a decir. —¿Para qué soy buena?

—Quiero que, por favor, mañana me acompañes a un lugar —dije. —Necesito comprar algo y aún no conozco bien esta ciudad —le expliqué mi situación.

—¿Y qué tal si me dices qué es? —preguntó.

—No, mañana te cuento —la deje con la intriga.

—Bien, mañana en tu casa nos vemos para salir de allí —accedió a acompañarme.


Con cariño, Michael. 

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora