Decimosexta Carta

57 17 8
                                    

Querido Daniel


La reacción no era la que esperaba, no sucedió nada. Creí que sería como en las novelas, que al sentirme cerca y te pusiera el anillo despertarías del coma como en las películas de romance. Tal cual como en la película que había visto hace unos días, aquel hombre puso el anillo en el dedo de su chica y ella por estimulo movió su mano. Y de ahí en adelante sólo vivieron su amor y vivieron felices, más que romance era una ficción cliché.

Tenía que irme, debía llegar a casa y luego salir en la tarde camino a la universidad. Mi cara debía parecer un poema escrito entre lágrimas, salí del hospital con la tristeza en las nubes y la esperanza llegando al primer anillo del infierno.

Estuve encerrado en mi cuarto hasta que llegó la hora de salir hacia la facultad, no almorcé, no me apetecía comer nada, creo que ahora estoy más delgado y el que te ordenaba comer ha dejado de ordenarse a sí mismo.

La clase que tenía como profesor a un hombre mayor con una panza se señora en embarazo estaba siendo harta, al punto de que algunos estaban durmiendo, este profesor no hacía más que hablar y repetir lo que había dicho minutos atrás. Definitivamente, hay quienes ya deberían jubilarse.

Mi móvil estaba vibrando, así que tuve que sacarlo de mi bolsillo porque podría ser algo importante. En la pantalla sólo se visualizaba un número desconocido, dudé en responder, nunca lo hacía, pero y si era del hospital, así que deslicé la burbuja.

—Buenas tardes, Michael.

—Señora, Laurie. Pensé que era alguien más.

—Disculpa el susto, pero necesito que vengas pronto al hospital.

Mi corazón empezó a latir acelerado, mis poros expulsaban líquido salubre, tu madre había colgado la llamada y no tuve tiempo de preguntar qué pasaba, sin embargo, pensé lo peor. Tomé mi mochila y sin dar explicaciones salí del aula a toda prisa. Tuve que caminar hasta una calle principal para encontrar un taxi.

Iba de camino al hospital, tuve que pedirle al conductor que por favor tomara una vía más rápida, que me urgía llegar rápido. Mi cabeza producía miles de pensamientos trágicos, pero en un momento de cordura pude analizar la situación: Laurie, no estaba triste o llorando, su voz parecía la de una adolescente llena de felicidad, pero no podía confiarme. Quizá, tenía una noticia trágica para darme y estaba siendo fuerte para no preocuparme de más y que yo hiciera una locura.

El ascensor no llegaba rápido, me desesperaba el hecho de tener que esperar, así que mejor tomé las escaleras y corrí y salté de escalón en escalón. Mi físico no era el de un atleta y antes de llegar a la segunda planta me cansé y sentía que mi corazón se iba a salir y la respiración me faltaba. Tenía que subir un piso más para llegar a la habitación en donde estabas tú.

Saqué mi móvil de mi bolsillo y busqué el contacto de Laurie. Di un par de timbrazos y ella me respondió, me dijo que no era nada malo y que me estaba esperando juntos con el médico en la habitación de Daniel.

Mi respiración seguía agitada, pero con las palabras de tu madre me detuve un poco y analicé la situación. Ya no tenía miedo, no, me había llenado de fe. Estaba seguro que la noticia era que habías despertado y que podríamos ser felices toda la vida hasta que la muerte nos llegara.

Puse mi mano en la perilla y sin dudarlo un segundo la giré. No podía creer lo que veía, la escena era realmente la de una novela de ciencia ficción. Ahí estabas tú con esos ojitos verdes bien abiertos y queriendo decir mil palabras.

—Ho-la, Dani —te dije viéndote a los ojos.

—Mamá, ¿quién es él? —dejaste salir esa pregunta de tu boca.

Sentí que mi mundo se venía al piso, mis ojos se llenaron de lágrimas. Me habías olvidado, no era tan importante para haber quedado en tus recuerdos.

—No llores, sí te recuerdo —dijiste al mismo tiempo que pintabas una sonrisa. —toma mi mano, por favor —me pediste.

Con fuerza agarré tu mano izquierda, pasaba mi dedo pulgar sobre tu anillo, ese anillo que nos comprometía a estar juntos hasta que llegara nuestro fin, pero no todo era sencillo, el golpe había ocasionado daños, aunque con unos cuantos meses de terapia esto podría solucionarse. 


Con cariño, Michael.

Cartas A DanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora