La asamblea de las ratas

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Un día, una comunidad de ratas estaba más que harta, porque había un gato enorme y tragaldabas que las acosaba sin piedad ni compasión; cada vez que atrapaba a una, la mataba sin ningún escrúpulo y se la zampaba. Así pues, las ratas convocaron una asamble general con un solo punto en el orden del día: buscar la manera de librarse de aquel enemigo feroz y cruel, implacable y voraz.
     Fue una reunión multitudinaria y muy animada en la que todas las ratas, incluso las menos habladoras, querían hacer uso de la palabra para dar su opinión. Naturalmente, pasó lo que suele pasar en las asambleas, que, en algunos momentos, hablaban todas a la vez y aquello parecía una casa de locos; así no había forma de entenderse, y llegaron a decirse cosas estrambóticas y a exponerse ideas extravagantes y planes quiméricos, imposibles de realizar... ¡En todas partes hay quien habla por hablar!
    Por último, después de una serie de discusiones inacabables, llegaron a la conclusión de que lo mejor era ponerle una cascabel al gato. Conviene recordar aquí que los cascabeles son un invento funcional por excelencia, es decir, que nunca fallan. Si uno lo lleva puesto, por poco que se mueva, enseguida se sabe dónde está y, por lo tanto, le es imposible disimular su presencia en cualquier parte. En efecto, era una gran solución, la idónea para resolver el problema del gato asesino de ratas: le pondrían un cascabel.
    Las ratas asambleístas se pusieron más contentas que unas pascuas y se quedaron muy satisfechas con la solución: en adelante, cada vez que se acercase el el gato, oirían el cascabel y podrían correr a esconderse y desaparecer del mapa sin mayor peligro. Estaban tan eufóricas que se pusieron a chillar y a brincar de alegría.
    Pero resultó que una rata muy vieja y muy sabia pidió la palabra y, cuando la dejaron hablar, se aclaró el gaznate y dijo:
    -Hermanas, ¿queréis hacer el favor de decirme quién le pone el cascabel al gato?

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