El lobo y la cigüeña

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Se dice que unos comen para vivir y otros viven para comer. Los lobos deben de ser de estos últimos, porque parece que nunca se hartan de corderos, cabritos, liebres y corzos. ¡Cualquiera diría que tienen un agujero en el estómago!
    Pues había una vez un lobo así de tragón, que, más que comer, engullía moviendo las mandíbulas sin parar, como si tuviese prisa por llenarse la barriga hasta los topes. Un día, se le atragantó hueso en el gaznate. La verdad es que era un huesecillo de nada, pero, por más esfuerzos que hacía, no conseguía tragarselo ni escupirlo y el pobre estaba a punto de asfixiarse.
    Aún así, se pudo dar con un canto en los dientes, porque, cuando ya no podía más, se la acercó una cigüeña, que tal vez venía de París y estaba haciendo un descanso, después de un vuelo tan largo. La cigüeña tenía mucha experiencia de la vida y enseguida entendió el mal trago por el que pasaba el lobo; como tenía el pico muy largo, igual que todas las cigüeñas, se lo introdujo al lobo en la boca con mucho cuidado y le sacó el huesecillo torturador con tanta destreza como un cirujano de primera. ¡Ah, qué alivio sintió el lobo, sin el hueso que no le dejaba respirar! Tuvo la sensación de haber vuelto a nacer.     
Pero la cigüeña –como conocía también las cosas del mundo y sabía que los mejores médicos, donde también desmuestran su habilidad y hacen verdaderas filigranas, es en la factura– pidió al lobo que le pagase sus honorarios.
    El lobo se indignó muchísimo.
    –Pero ¡qué te has creído, desgraciada! –le dijo con toda la rabia que sentía–. ¿Pretendes que te pague honorarios, en serio? ¡Eso sí que no me la esperaba! ¿Acaso no te das cuenta de que te has metido en la boca del lobo y has salido ilesa? ¿Y eso no sabes que es muy poca la gente que puede decir otro tanto? ¡Y todavía tienes la osadía de pedir que te pague! ¡Fuera de mi presencia, desagradecida, antes de me arrepienta y te haga pagar cara tanta ingratitud!

EL LIBRO DE LAS FÁBULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora