El ratón de campo y el ratón de ciudad

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Hace mucho tiempo, un ratón que vivía en una casa de ciudad invitó a cenar a otro ratón, amigo suyo, que vivía en el campo.
    –¡Verás qué atracón nos damos! –dijo el ratón de ciudad a su compañero.
    Y, en efecto, se instalaron los dos muy cómodamente en un rincón de la despensa, cerca de una espléndida fuente llena de comida, con de todo: queso, jamón, tocino, morcillas, salchichas, longanizas, galletas, bizcochos, magdalenas..., el fin, de todo. Mientras se ponían las botas, iban comentando lo agradable que resultaba vivir en una casa de ciudad, con una despensa también provista.        
    De repente, cuando todavía no habían terminado de ponerse como el Quico, oyeron un ruido inquietante: eran los pasos de alguien que se acercaba.
    –¡Ven, corre! ¡Rápido, vamos a escondernos! –susurró bajito el ratón de ciudad.
    Y, sin esperar respuesta, se escondió a toda prisa en un agujero de una esquina. Naturalmente, el ratón de campo lo siguió sin decir una palabra, temblando como una vara verde cuando sopla el viento marinero.
    Se quedaron los dos agazapados en el agujero, con el alma en vilo, sin abrir la boca ni mover un pelo del bigote, hasta que por fin, después de un rato larguísimo que no se acababa nunca, oyeron alejarse los pasos otra vez y todo quedó en silencio.
    –Ya ha pasado el peligro –dijo entonces el ratón de ciudad a su amigo–, podemos seguir poniéndonos morados tranquilamente.
    –Gracias, querido amigo –contestó el ratón de campo–, pero no me gusta esta manera de comer, no me aprovecha nada. Soy yo quien te invita de todo corazón a venir a mi casa un día, cuando te apetezca. No encontrarás en mi mesa manjares tan exquisitos como los que me has ofrecido tú, sino alimentos sencillos como el pan de cada día, pero podremos comer tranquilamente, sin que venga nadie a molestarnos y sin tener que correr a escondernos. Este lujo aliñado con miedo me parece a mí muy indigestión. Verdaderamente, más vale privarse de un lujo que, por permitírselo, llevarse un disgusto.

EL LIBRO DE LAS FÁBULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora