El león viejo y el caballo

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Érase una vez un león que se había hecho viejo y, como la edad no perdona a nadie, había perdido aquella fuerza y aquella agilidad de las que tanto podía presumir en su juventud. Lógicamente, cada día le resultaba más difícil cazar alguno de esos animales que, desde siempre, habían sido su alimento.
    Un día, empujado por el hambre, que le retorcía las tripas, llegó a un prado en el que pastaba sin preocupación, satisfecho de la vida, un caballo joven, gordito y reluciente.
    «¡Qué caballito tan gordito y tan tierno!», se dijo el león.
«¡Qué banquete podría darme con él y cuánto me aprovecharía!»
    Sin embargo, antes de lanzarse al ataque, pensó un poco más:
    –Claro, que, es joven y ágil y también más veloz que el rayo, seguro. Si me lanzo por él y me ve a tiempo, echará a correr, huirá a galope tendido y, yo, triste de mí, con estas patas que apenas me sostienen ya, no podré atraparlo de ninguna manera... Bien pensado, algunas veces, más vale maña que fuerza, con que, a ver si hay suerte y se me ocurre alguna treta.
    Entonces el león, adoptando una actitud pacífica y tranquila, se acercó al caballo, que se lo quedó mirando con curiosidad.
    –Buenos días, amigo caballo –lo saludó fingiendo despreocupación–, y buen provecho. Esa hierba tiene una pinta muy jugosa y parece excelente para la salud. De todos modos, como soy un médico muy famoso y trato enfermedades de todas clases, creo que puedo hacerle a usted un buen servicio, si es que le aqueja algún mal, porque ya se sabe: cuando no es una cosa, es otra, pero a todos nos duele algo.
    El caballo se quedó perplejo al oír semejante discurso en boca de un león, pues sabía que era un carnicero consumado, aunque se quisiera hacer pasar por doctor en medicina. Sin embargo, como no era burro, sino caballo y bastante inteligente, no se fió del amable ofrecimiento, pero hizo ver que sí se que se lo creía, que era un médico famoso, y le respondió con estas palabras:
    –¡Huy, señor doctor! Llega usted como llovido del cielo, porque, precisamente, hace poco se me clavó una espina de zarza en una de las patas traseras y me duele tanto que casi no me puedo andar.
    –No se preocupe, verá como se la saco sin hacerle nada de daño –contestó el león.
     El caballo levantó una pata trasera para que el león le sacarse la espina y le curase la herida, y éste, disimulando sus malas intenciones, se acercó al caballo, haciendo ver que quería examinar le  la herida. El caballo, sin darle tiempo a que lo atacarse, le soltó una coz tan fuerte en medio de la frente que lo dejó casi sin sentido.
    Al infeliz león no le quedaron arrestos más que para huir del prado tan rápidamente como se lo permitían las patas..., seguramente en busca de un médico, de un médico de verdad, que le aplicase un buen ungüento o una cataplasma curativa.

EL LIBRO DE LAS FÁBULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora