Un buen día, la zorra y el lobo hicieron un pacto. Lo único que comían era carne, porque eran carnívoros y por tanto, cuando tenían hambre, debían aguzar el ingenio para cazar alguno de los animales que vivían en el monte, como liebres, conejos, ardillas, lirones, ciervos y corzos, o, también, cuando los pastores y los perros se distraían o descabezaban un sueño, algún que otro corderillo de los rebaños que pacían en los prados y en los altos pastos.
Sin embargo, las cosas no siempre les resultaban fáciles, porque los animales no se dejaban cazar así como así, sobre todo en invierno, época en la que los unos no salían de sus nidos y madrigueras y los otros estaban encerrados en la majada. He aquí el motivo y la razón de que la zorra y el lobo se aliasen, con la idea, nada desacertada, de que, donde no llegase la fuerza del lobo, llegaría la astucia de la zorra.
Y así, una mañana, merodeando los 2 por el monte, avistaron un caballo que pastaba en un prado exuberante de hierba tierna. Parecía corpulento y tenía una estampa magnífica, y la zorra pensó que de ahí saldrían unos filetes suculentos.
–¿Has visto qué ejemplar más espléndido? –dijo la zorra a su socio–. Si lo cazamos, nos daremos un atracón memorable.
–Pues, intentémoslo –respondió el lobo, con la boca hecha agua.
Y no lo pensaron 2 veces: siguieron andando como quien no quiere la cosa, como si hubiesen salido simplemente a pasear, a estirar un poco las piernas y a tomar el fresco, y, disimulando sus verdaderas intenciones, se acercaron al caballo. Lo saludaron con aparatosas reverencias, sonriendo sin enseñar los dientes, y la zorra, que era más lista que el lobo, le dijo lo siguiente:
–¡Buen provecho los haga la hierba de este prado! Ilustre señor, sería un gran honor para mi compañero y para mí que nos tomases a nuestro servicio. Sólo hace falta que nos digas nuestro nombre y nuestro linaje.
–Pues, resulta –contestó el caballo, después de sopesar prudentemente a la pareja de caminantes– que soy de una de las familias más ilustres de la comarca. Llevo mi nombre y el de mi linaje escritos con letra clara en los cascos de las patas traseras. Si quieres saber quién soy, no tienes más que leerlos. ¡Vamos, acércanos sin miedo!
La respuesta del caballo hizo recelar a la astuta zorra, pero, disimulando lo mejor posible, dijo:
–¡Ay, qué lástima! ¡No sé leer! ¡Qué más quisiera yo! Pero mi familia era muy humilde y no pudo mandarme a la escuela. Sin embargo, mi compañero es de buena cuna y lee como Los Ángeles, ¿verdad que si?
–Por descontado –dijo el lobo, orgulloso.
Y con cara de catedrático, se colocó detrás del caballo dispuesto a leer aquellos nombres que había dicho que llevaba escritos en los cascos. Y el caballo, para que los pudiera leer mejor, levantó una pata. Y a continuación, sucedió lo que se temía la zorra: el caballo soltó una patada tan tremenda a la cara del lobo que se la puso del revés.
–Mi querido amigo –dijo la zorra–, a partir de ahora, no tendrás que preguntará nadie el nombre de este ilustre señor, porque lo llevas perfectamente escrito en la cara con letras que nunca se borrarán.
ESTÁS LEYENDO
EL LIBRO DE LAS FÁBULAS
AcakLas fábulas, narraciones protagonista principalmente por animales, forman uno de los géneros literarios más antiguos. En ocasiones su origen se ha atribuido a la India, pero la colección más antigua que se conoce de esta procedencia. Nuestras versio...