Érase una vez una pareja de ratas que andaba correteando por una despensa en busca de algo que comer, pero todo estaba en tarros perfectamente tapados o colgado de las vigas del techo, es decir, en sitios inalcanzables.
Al cabo de un rato, se subieron a un estante, encontraron queso y se les ocurrió que podía llevárselo a su ratonera para comérselo tranquilamente. Pero con las prisas, se les cayó el queso al suelo y se partió en dos trozos, uno grande y otro pequeño.
A continuación, sucedió lo que era de esperar: que se pusieron a discutir porque las dos querían llevarse el trozo grande y ninguna el pequeño.
—¡Yo lo vi primero! —decía la una.
—¡Pero yo lo olí antes que tú! —contestaba la otra.
Y, como no se ponían de acuerdo, se fueron a buscar a alguien que quisiera hacer de juez y se resolviese la peliaguda querella.
Si encontraron con un mono que rondaba por el jardín de la casa y, como les pareció que sería el juez más adecuado, le contaron el caso con pelos y señales para que, aplicando su buen criterio, tomase una decisión.
El mono, que era más listo que el hambre, escuchó atentamente los argumentos que le dio cada rata por su lado, hecho lo cual, anunció que el caso no era nada fácil de resolver, pues, bien mirado, las 2 tenían muy buenas razones para reclamar el trozo grande.
—La única solución —sentenció— es igualar los dos trozos de queso y, de ese modo, ninguna de las dos saldrá perdiendo. Si queréis, yo mismo puedo haceros el favor.
Las ratas aceptaron la propuesta, el mono cogió el trozo grande de queso y, con el fin de igualar lo al pequeño, le dio un mordisco. Lamentablemente, no calculó bien, el trozo grande quedó más pequeño que el otro y, de resultas, ninguna de las ratas lo querían ya.
—¡Eso se agrega en un pispás! —dijo el mono—. Voy a intentarlo otra vez y ya veréis como dejo los dos trozos igualitos.
Sin embargo, volvió a morder más de la cuenta, porque, claro, no era nada fácil hacerlo así, a ojo (o a diente) de buen cubero. Total, que el trozo grande volvió a quedar más pequeño que el otro y ninguna de las dos ratas lo quería.
—No os preocupéis, que a la tercera va la vencida —les dijo para tranquilizarlas.
El mono sólo quería resolver el problemas a las ratas y, solícita y amablemente, lo intentó por tercera vez..., y unas cuantas más, pero siempre mordía más de la cuenta y no conseguía igualar los dos trozos, hasta que, finalmente, el queso se terminó.
Cuando las ratas se dieron cuenta de que el mono se lo había comido en todo, se enfadaron muchísimo y lo insultaron:
—¡Ladrón, más que ladrón!
—¡Mal amigo!
—¡Zampabollos!
—¡Caradura!
Era inútil, porque ya no podrían probar ni un mordisquito de queso, aunque, bien mirado, habían recibido a cambio una lección muy provechosa.
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EL LIBRO DE LAS FÁBULAS
RandomLas fábulas, narraciones protagonista principalmente por animales, forman uno de los géneros literarios más antiguos. En ocasiones su origen se ha atribuido a la India, pero la colección más antigua que se conoce de esta procedencia. Nuestras versio...