Hubo una vez en cierto país un asno y un buey que dormían en el mismo establo y en el mismo lecho de paja y comían en el mismo pesebre
Un día, cuando el buey volvió de trabajar en el campo, cansado a más no poder, el asno, que se consideraba más listo de lo que creía la gente, le dijo:
–Hermano buey, nuestro amo no se merece que te deslomes por él. ¡Has de ser más listo, hombre! Mira, mañana, cuando vuelvas al establo, túmbate y no pruebes bocado; así, el amo pensará que estás enfermo y te dejará descansar unos días.
En realidad, lo que el asno pretendía aconsejando al buey que ayunase era disponer él de una ración doble de pienso, porque pensaba zamparse lo que su compañero no comiera, y se puso a dormir tan contento soñando con el atracón que se daría al otro día.
Y así fue: al día siguiente, cuando el buey volvió del campo, siguió el consejo del asno y se tumbó en el suelo sin oler siquiera una brizna de paja ni un grano de alfalfa y, aunque las tripas le hacían runrún, supo aguantar el hambre con mucho esfuerzo.
Por la mañana, ¡cuál no sería su sorpresa al ver que el amo sacaba del establo al asno y se lo llevaba a arar el campo! Y así, el buey se pasó el día tumbado en el establo, aburrido y hambriento, pero, por la tarde, cuando el asno volvió, lo saludó alegremente. En cambio, el asno estaba hecho trizas, apenas se aguantaba en pie y traía una cara de agotamiento que daba pena.
–Amigo mío –le dijo el buey–, quiero darte las gracias portu buen consejo, porque me ha venido de perlas. Aunque tengo retortijones porque no he comido, he descansado mucho y no me duele nada.
El buey dejó de hablar un momento, pero el asno no dijo ni Mu, como si estuviese pensando en otra cosa.
–Sin embargo, tú... –prosiguió el buey–, parece que tengas alguna preocupación. Si quieres contármela y puedo ayudarte, lo haré con mucho gusto.
Lo que el asno pretendía era no tener que volver al campo hacer el trabajo del buey, porque estaba baldado de verdad y había comprendido que su idea no había sido buena. Así pues, por ver si podía remediar su equivocación, respondió:
–En efecto, hermano buey, estoy preocupado y voy a contarte el motivo, porque te atañe directamente. Resulta que esta tarde, a la hora de merendar, oí una conversación que sostuvieron el amo y el mozo; decían que, cuando un buey se pone tan enfermo o está tan viejo que no quiere ni comer, lo mejor es matarlo sin contemplaciones.
¡Pobre buey! Al oír esas palabras, se puso a temblar como un flan y, sin perder un segundo, se comió toda la paja y toda la alfalfa, para que el amo viese que todavía gozaba de buena salud y podía trabajar. La verdad es que, con el hambre que tenía, no tardó nada en dejar de el pesebre como los chorros del oro.
A la mañana siguiente, de camino al campo de labor, se dejó uncir el yugo dócilmente mientras pensaba, con mucho agradecimiento, en los sabios consejos que le había dado el asno. Éste, por su parte, se quedó reflexionando y llegó a la conclusión de que antes de dar un consejo a alguien hay que pensar en todas las consecuencias que puede tener.
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EL LIBRO DE LAS FÁBULAS
RandomLas fábulas, narraciones protagonista principalmente por animales, forman uno de los géneros literarios más antiguos. En ocasiones su origen se ha atribuido a la India, pero la colección más antigua que se conoce de esta procedencia. Nuestras versio...