La liebre y el león

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Una vez, en un país muy lejano, todos los animales se pusieron de acuerdo en entregar cada día un animal al león, para que éste no tuviese que salir de caza y dejara de perseguirlos; de esa forma, vivirían tranquilos y pasarían en paz.
    Así pues, todos los días echaban a suertes a quién le tocaría ser la comida del león.
    Un buen día, la suerte recayó en una liebre, pero el pobre animalillo, como tenía mucho miedo a la muerte, no fue a ver a León hasta el mediodía.
    El León tenía un hambre feroz y se enfadó mucho por el retraso, con que, al llegar la libre, hecho un basilisco, le preguntó por el motivo de la tardanza, a lo que la liebre respondió con las siguientes palabras (o casi):
    –Es que, verás lo que me ha pasado: cuando venía hacia aquí, me encontré con otro León; dijo que el rey de esta comarca era él, no me dejaba pasar y estuvo en un tris de pillarme. ¡No te imaginas lo que me ha costado darle esquinazo para poder llegar! Y por eso he tardado tanto, ¿sabes?
    ¡Qué berrinche agarró el león al oír semejante cuento chino! Porque se lo creyó a pie juntillas, sin sospechar ni remotamente que la liebre se lo acababa de inventar. Enseguida le pidió –bueno, le mandó– que le enseñase dónde estaba ese León tan osado que decía ser el rey del lugar.
    La libre echó a andar resueltamente delante del León y está la siguió sin perderla de vista, hasta que llegaron a un paraje en el que había una poza muy grande y muy honda, con las paredes completamente verticales y lisas. Se asomaron a la boca de la poza y, lógicamente, la silueta de ambos se reflejó al punto en la superficie del agua.
    –¿Lo ves, mi señor? –dijo la liebre–. ¿No ves a ese León, ahí, en el agua, que se quiere comer a la liebre?
    El león creyó que su reflejo del agua era verdaderamente otro león –y el de la liebre, otra liebre–, con que, muy decidido, allá que se tiró a luchar contra el intruso. Pero las paredes de la poza eran tan lisas y verticales que no pudo volver a salir y murió ahogado, mientras que la liebre, gracias a su astucia, salvó el pellejo.

EL LIBRO DE LAS FÁBULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora