El loro y la mona

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Había una vez unos señores muy acaudalados y bien relacionados que tenían un loro, el cual había aprendido a decir:
    –¡Qué velada tan agradable!
    Pues, bien, esos señores solían invitar a cenar o a tomar café a sus amigos y organizaban tertulias muy animadas. Algunos de sus convidados habituales eran las personas más importantes y distinguidas de la ciudad. Huelga decir que los trataban principescamente, pues les ofrecían los manjares más exquisitos y la cocina más refinada, todo generosamente regado con vinos de las mejores cosechas. Como era de esperar, a menudo terminaban con bastante juerga y mucho jolgorio. Total, que se lo pasaban en grande.
    Hacia el final de la fiesta, cuando los invitados estaban a punto de marcharse, los amos de la casa les enseñaban el loro y le hacían hablar. El animal no se hacía de rogar.
    –¡Qué velada tan agradable, qué velada tan agradable! –decía invariablemente.
    Y as, los invitados se despedían rendidos de admiración, deshaciéndose en elogios sobre la inteligencia y el discernimiento del lorito parlanchín.
   Pero, un día el loro se quedó solo en casa con una mona muy lista y vivaracha que los señores habían comprado hacía poco. Al principio, se miraron los dos detenidamente, como estudiando la manera de conocerse y de averiguar en primer lugar de qué pie cojeaba el otro. De pronto, la mona se acordó de que esa misma mañana había visto a la cocinera desplumando un pollo en la cocina. Es bien sabido que las monas tienen un sentido de la imitación muy desarrollado; pues, bien, ésta, obedeciendo sin duda a su instinto, agarró bruscamente al desprevenido loro por el pescuezo y se puso a desplumarlo a lo vivo hasta dejarlo sin una sola pluma.
    Por la noche, cuando volvieron los señores a casa, se llevaron un disgusto grandísimo al ver al loro totalmente pelado y bastante ensangrentado. El pobre pájaro, con la voz temblorosa de rabia, empezó a gritar:
    –¡Qué velada tan agradable! ¡Qué velada tan agradable! Los señores no sabían si reír o llorar, pero el caso es que, desde entonces, todos dejaron de admirar tanto al loro por su inteligencia.

EL LIBRO DE LAS FÁBULASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora