Capítulo 2: Espejismo

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No recordaba haber sido tan aplicada en los estudios desde hacía dos años y la falta de práctica me había dejado totalmente agotada.

Había pasado una semana desde que había visto por última vez a Xavi, después de que saliera corriendo de la cafetería y nuestros ojos se habían despedido a través del cristal del metro. Todavía tenía la mirada de Xavi grabada en la mente, como me había contemplado con pena y dolor mientras el metro se alejaba de la estación. Me había llamado varias veces cada día, pero yo siempre dejaba sonar el teléfono hasta que la llamada se cortaba. No quería hablar con él, no quería enfrentarme a nadie en ese momento.

Para intentar olvidarme de todo, me había centrado en estudiar como nunca. No había faltado a ninguna clase en toda la semana, había estado tomando apuntes hasta que la muñeca me dolía y haciendo todos los ejercicios una y otra vez. Cuando regresaba a casa estaba tan cansada que ni siquiera tenía ganas de jugar con mis poderes.

Sin embargo, cuando llegó el viernes, me desperté con un dolor de cabeza insufrible. Parecía como si me estuvieran clavando un picahielos en las sienes, una y otra vez. Me levanté de la cama y me mareé un poco, así que estuve sentada en el borde unos segundos hasta que la habitación dejó de dar vueltas. Con cuidado, bajé la escalera y fui hasta el baño de abajo, donde guardábamos las pastillas. Me tomé algo para el dolor de la cabeza y justo cuando estaba saliendo del baño, me topé con mi madre.

―Martina, ¿estás bien? ―me preguntó con el ceño fruncido. Ya estaba vestida y tenía las llaves del coche en las manos, así que estaba a punto de marcharse. Su cabello rubio estaba recogido en un prieto moño detrás de su cabeza y sus ojos parecían preocupados cuando me miraron de arriba abajo. Sabía que no tenía muy buen aspecto, me había mirado unos instantes en el espejo y parecía muerta en vida.

―Me duele mucho la cabeza, pero ya me he tomado algo, no te preocupes.

―Bueno, si te no encuentras bien no vayas a clase, ¿vale? Y si necesitas algo, me llamas a mi o a papá. ―Mi madre me dio un abrazo y yo cerré los ojos unos instantes. Cuando nos separamos, me dio un beso en la frente y se marchó después de que le asegurara de que la llamaría si me encontraba peor. No era nada extraño, de pequeña me solían dar dolores de cabeza muy seguidos hasta el punto de que mis padres me llevaron al médico y todo preocupados. Pero allí me dijeron, después de varias pruebas, que no tenía nada, que en apariencia estaba todo bien aunque hubiera días en los que me quisiera morir del dolor. Pero hacía ya un tiempo en el que los dolores habían disminuido mucho y las veces que tenía dolor de cabeza eran casi anecdóticos.

Subí de nuevo a mi habitación y me tumbé en la cama. Antes de irse al trabajo, mi padre vino a verme y también Óscar, que me prometió comprarme algo dulce y se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada para que no hubiera tanto ruido en mi cuarto.

Una vez la casa estuvo vacía, intenté descansar un poco, pero era incapaz. Las punzadas iban de minuto a minuto y me era imposible dormir con aquel dolor que no solo no parecía irse, sino que a cada minuto que pasaba parecía ser peor. La pastilla no había hecho nada de efecto, eso estaba claro, y después de dos horas en las que el dolor no había hecho nada más que aumentar y en el que yo empezaba a estar desesperada, me decidí a llamar a mi padre casi llorando.

Me incorporé sobre el lado izquierdo y tanteé con la mano por toda la mesita buscando el móvil. «Merda, on està? ¡Ací!». Lo agarré y... unos rayos salieron de mis dedos y segundos después, el móvil empezó a arder. Me levanté de un salto, agarré la almohada sin pensar mucho y empecé a darle golpes, tirando la lamparita y todo lo que había encima de la mesa de noche. El móvil también cayó al suelo y allí empecé a darle almohadazos hasta que dejó de arder.

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