Capítulo 9: Canción de guerra

16 4 11
                                    

Pasaron dos días en los que no ocurrió absolutamente nada. De nuevo, apenas vi a Aleksi, pero ahora ya sabía el motivo, así que dejé de preocuparme por nuestra relación. No es que quisiera nada con él, pero en ese mundo tenía solo dos personas en las que confiar, Tyyne y Aleksi y no quería perder a una de ellas.

La mañana del tercer día, me levanté como siempre y fui a darme un baño. Había conseguido que Tyyne me enseñara como calentar el agua con aquellas bolas de calor para que no tuviera que ayudarme siempre, aunque me había costado lo mío. Al final lo logré a cambio de contarle algo sobre la Tierra.

A pesar de llevar allí tan poco tiempo, me sentía bien conmigo misma, pensé mientras me hundía en el agua caliente y me relajaba. Froté el rayo entre mis dedos, pensando en cómo había cambiado mi vida de repente. ¿Qué estarían haciendo mis padres?, ¿y mis hermanos? ¿Qué sería de Xavi? Era posible que me estuvieran buscando, que me hubieran dado por desaparecida. Se me encogió el corazón al pensar en el daño que les había hecho, en el dolor que estarían sintiendo en ese momento por mi culpa. Me enjuagué las lágrimas que descendían por las mejillas, sorbí por la nariz sintiendo la garganta arder. Era una persona horrible. Durante el tiempo que llevaba allí no había hecho nada por marcharme y no solo eso, sino que me encontraba más segura en Varhamm que en mi propio mundo.

Salí de la bañera de golpe, envolviéndome con la toalla. Salí del baño y me dirigí hacia el armario. Estaba abriéndolo cuando la puerta de la habitación se abrió de repente. Me giré a toda velocidad, sujetando con fuerza la toalla, y descubrí a Tyyne, que jadeaba y tenía el rostro congestionado, como si hubiera subido las escaleras a la carrera.

―¿Qué ocurre? ―le pregunté al ver la mirada nerviosa.

―Aleksi viene hacia aquí. ¡Lysbæk! ¡Todavía no estás vestida! ―me reprochó al darse cuenta de que apenas llevaba una toalla cubriéndome el cuerpo.

―Puedo ponerme el batín ―sugerí. Tyyne se lanzó hacia el armario y empezó a rebuscar a toda prisa sacando medias, zapatos, ligas y un vestido cualquiera.

―¡Nei! Aleksi ya se enfureció al verte sin vestir el otro día y me echó en cara el no estar atendiéndote bien. ―Cuando Tyyne estaba nerviosa, las palabras salían como un torrente por su boca y el potente acento aiškile―. Venga, hazme caso y vístete rápido antes de que llegue.

No hice ni siquiera por negarme. Tyyne me ayudó a meterme dentro de un sencillo vestido coral que se cruzaba delante y tenía un profundo escote en forma de V que dejaba ver el principio de mis pechos. Las mangas eran muy anchas y largas, mientras que el corpiño tenía incrustados rubíes en forma de lágrimas.

Estaba terminando de ponerme los zapatos cuando llamaron a la puerta y Tyyne se dirigió a toda velocidad a ella; tenía el cabello rubio desordenado por la carrera.

Aleksi se encontraba al otro lado, vestido también con bastante sencillez en comparación a la última vez que lo había visto. Tyyne me había explicado que, tanto mi vestido como la ropa de Aleksi, era ropa de corte y que solo se usaba cuando había que ir al palacio. Lo había agradecido, porque mi vestido era demasiado pesado, por mucho que fuera bonito.

―Hola, Aleksi ―lo saludé mientras hacía el último lazo a las botas y me levantaba del baúl. Tyyne nos había dejado solos, aunque sin cerrar la puerta. De reojo pude ver su brillante cabello a un lado de la puerta, como si la estuviera guardando.

De inmediato me di cuenta de que el hombre tenía un gesto extraño, pensante.

―¿Qué ocurre? ―le pregunté, preocupada por si había ocurrido algo.

Aleksi negó con la cabeza y me preguntó si podíamos sentarnos. Asentí y lo acompañé a la mesa, invitándolo a sentarse en una de las duras sillas.

Rojo y OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora