Capítulo 23: La hora del lobo

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Subí las escaleras a toda velocidad, deseando olvidar la escena que acababa de ver. Pero por mucho que lo intentara, no salía de mi mente. Ilkka llorando, aquella cruel voz despreciando a su propio hijo como si fuera basura... Una y otra vez se me pasaba por la cabeza darme la vuelta e ir a por él, consolarlo, pero sabía que era una tontería: Ilkka me echaría a patadas al verme.

Llegué por fin a la habitación de Irina y llamé, deseando que los ecos del llanto del hombre desaparecieran de mi mente.

La puerta se abrió de golpe y la potente voz de Valtteri me arrancó por fin de mis pensamientos, al menos durante unos minutos.

―Martina, pasa ―me dijo después de darme un abrazo que hizo que me crujieran las vértebras. Cuando me soltó, entré en la habitación, que estaba muchísimo más ordenada y limpia que la última vez que había estado allí. Seguramente Valtteri habría aprovechado mientras Irina descansaba para arreglarla, pensé al ver los sillones perfectamente colocados delante de la chimenea, el tocador sin un solo bote encima y el armario cerrado y sin prendas saliéndose por las aberturas. Quería mucho a Irina, pero era un desastre peor que yo.

―¿Cómo te encuentras, Irina? ―le pregunté mientras me sentaba en el borde de la cama con un gemido de alivio al poder descansar por fin la pierna. Cada vez me costaba más caminar.

―Estoy mucho mejor, sobre todo con Valtteri cuidándome tanto. ―Irina sonrió en dirección al hombre, que se había quedado apoyado en el reposabrazos de uno de los sillones, con los brazos cruzados a la altura del pecho. De reojo, vi como Valtteri se sonrojaba y escondía el rostro en una mano. Irina continuó―: Dentro de nada estaré ya entrenando, así que no te preocupes por mí.

―Está bien, pero debes descansar. Lo último que quiero es que porque tengas ansias de entrenar, no te cures correctamente, ¿vale?

―Sí, mamá ―se burló la chica, que se metió más bajo las mantas, subiéndolas hasta la barbilla y sacándome la punta de la lengua.

Me reí y se hizo el silencio, tan solo roto por nuestras respiraciones y el crepitar del fuego encendido en la chimenea y que Valtteri estaba atizando para avivarlo. Aunque yo no quisiera, mi mente volvió a unos pisos más abajo. ¿Ilkka ya se habría marchado o seguiría allí llorando?, ¿qué pasaría si cuando me marchara, seguía en aquella habitación?

Tragué saliva, intenté desviar mis pensamientos hacia otra cosa, hacia lo que estaba diciendo Irina, que se había puesto a hablar en algún momento sin que yo fuera apenas consciente de ello.

―Martina. ―Irina me dio un golpecito en el hombro con la mano, despertándome con un respingo―. No me estabas escuchando, ¿verdad? ¿Estás bien?, ¿ha pasado algo con Aleksi? ―Se torció hacia un lado y después de echarle un vistazo a Valtteri, que seguía inclinado sobre la chimenea, ahora calentándose las manos de forma bastante distraída, me susurró―: ¿No has tenido el periodo?

―No es nada de eso, estate tranquila ―le aseguré y casi pude afirmar que había soltado un suspiro de alivio. Valtteri, tal vez al escucharme, se levantó y se acercó a nosotras con el ceño fruncido por la preocupación. Se sentó al lado de Irina, en la cabecera de la cama, tan cerca que sus hombros se rozaban pero, lejos de apartarse, Irina colocó una mano entre las grandes del hombre. Ambos se quedaron mirándome, esperando.

¿Debía decirles lo que había visto o sería mejor callar? No lo sabía, y la duda, la incertidumbre de no saber qué hacer, me estaba reconcomiendo por dentro.

Bueno, tal vez no pudiera contarles nada, pensé, pero no pasaría nada si les hacía un par de preguntas sobre la familia de Ilkka, ¿no? Para saber quién era el cerdo de su padre y si me lo encontraba alguna vez, partirle la cara. Tenía que hacerme con un bate para estampárselo en la boca, así ya no podría volver a hablarle así a Ilkka.

Rojo y OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora