Capítulo 19: El baile I

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Nuestros vestidos llegaron con tiempo de sobra. Aava nos los envió en grandes cajas, bien protegidos de las lluvias con las que había amanecido la ciudad.

La mañana del baile, todo el mundo estaba muy nervioso. Incluso Irina estaba de los nervios, tanto como para despertarme apenas amaneció. Los golpes en la puerta me despertaron de mala manera y me tuve que levantar a toda velocidad para abrirle; arrastré una manta y me la puse por encima de los hombros mientras trastabillaba hasta llegar al cerrojo. Lo descorrí e Irina entró a toda velocidad en la habitación, como un vendaval emocionado.

―Iremos al balneario a las nueve, no tienes ni idea de lo que me ha costado encontrar una cita: tenían todas las horas cogidas ―comentó mientras yo me frotaba los ojos y bostezaba. Miré hacia el exterior, donde los débiles rayos de luz se entremezclaban con los azules de la noche, creando un bonito cuadro.

Irina fue a mi armario y empezó a sacar ropa, descartando la que no le gustaba. Yo me acerqué al tocador, donde había dejado una hoja con todo un itinerario escrito; me cansé solo de leerlo.

Había planificado cada hora del día y de la tarde hasta la hora de ir al baile, a las siete de la tarde: estaba rodeada de estrellitas y signos de exclamación

―¿Es necesario todo esto? Quiero decir, es solo un baile, no creo que sea tan importante ir al balneario, maquillaje, peluquería... ―recité leyendo la hoja con los ojos medio nublados. Leer algo cuando te acabas de despertar y encima sin luz no era fácil.

―Por supuesto que es necesario. Y ahora..., cámbiate.

Dejé la hoja con un suspiro y obedecí a Irina. Era una tontería intentar hacerle cambiar de opinión, porque se saldría con la suya sí o sí.

Me puse el vestido que me había elegido todavía cabeceando de sueño mientras Irina contemplaba de nuevo mi vestido. Estaba en un rincón, puesto en un maniquí para que no se arrugara en lo más mínimo. Encima del tocador estaba el pequeño collar y los pendientes que me había comprado el día anterior; el collar rahsa lo tendría que dejar esa noche allí para mi pesar, pero Irina había insistido en que no debía llevarlo.

―Demasiado raro, harán preguntas ―me había dicho. Conforme estaban las cosas, pasar desapercibida parecía una buena idea.

El balneario del Kærlev se encontraba en el sótano, en la dirección contraria a la que Irina me había llevado para mi fiesta. Parecía que habían pasado años desde entonces, aunque en realidad, no había sido tanto tiempo; era extraño cómo pasaba el tiempo sin que te dieras cuenta, en un abrir y cerrar de ojos. Y, mientras tanto, sentía que en mi mente, los rasgos de mi familia se hacían cada vez más difusos. Cuando regresara, ¿los reconocería? Y lo más importante, ¿me reconocerían? De eso ya no estaba tan segura.

―Bienvenida a uno de los mejores lugares de todo Varhamm, sino de todo el mundo ―anunció Irina con solemnidad mientras abría un par de pesadas puertas de roble.

No sabía que me estaba esperando, pero no eso, definitivamente no eso. Era gigantesco. Nos encontrábamos encima de un puente de piedra tosca cuyos extremos conectaban las dos orillas de una piscina de aguas termales; el fondo estaba recubierto de algún material azul-blanquecino que resplandecía bajo el agua.

En ambas orillas había columnas de piedra y anchas perforaciones en las paredes que parecían ser túneles, mientras que el lugar estaba envuelto por una neblina de vapor de agua que ascendía en remolinos de la piscina medio vacía: solo había un par de mujeres que se bañaban con tranquilidad. Una de ellas ascendió una pequeña escalera tallada en la piedra y le arrancó de una toalla de mala manera a una de las chicas que esperaba en la orilla. «Sirvientas», pensé.

Rojo y OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora