Capítulo 24: Príncipes y secretos

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Pasé la noche desvelada y por mucho que lo intenté, con todas las vueltas que di, lo único que conseguí fue desesperarme. En mi cabeza bailaban todas las preguntas e incógnitas que tenía, el miedo de volver a tener esa pesadilla y algo más. Todavía notaba las manos de aquel hombre alrededor de mi cuerpo, protegiéndome. Sacudí la cabeza, tratando de arrancar aquel pensamiento de mi mente.

Deseé que Aleksi estuviera allí conmigo, tenerle pegado a mí y que me quitara todas las dudas, el miedo y la frustración que tenía en mi interior. Pasé así una hora y después otra y otra hasta que amaneció y yo no había dormido apenas un par de horas y mal. Me levanté de la cama justo cuando alguien llamaba a la puerta, así que terminé de ponerme los zapatos de raso y el batín, y fui a abrir.

―Aleksi, ¿qué haces aquí? ―pregunté sorprendida al verlo, casi como un sueño que se había hecho realidad, y todavía con la voz ronca por el sueño. Los ojos me dolían y los notaba hinchados por la falta de sueño. Me los froté mientras dejaba que Aleksi entrara en la habitación. Ahora parecía importarle poco el verme en pijama, no como la primera vez, que casi le había dado un infarto. Sonreí al recordarlo.

―He venido a despertarte para ir a desayunar. Oye, ¿de qué te ríes? ―inquirió Aleksi con una sonrisa también en el rostro; parecía estar intentando contener una carcajada.

―De que ahora ya te da igual verme en pijama, no como la primera vez cuando no podías ni levantar la mirada del suelo ―me burlé, cerrando la puerta con cuidado y acercándome al hombre, que se había quedado con un hombro apoyado en el poste de la cama, con los brazos cruzados a la altura del pecho. Le puse una mano en el pecho, encima del jubón de lana marrón oscura. Su corazón bombeó bajo mis dedos y durante unos segundos simplemente nos miramos..., hasta que Aleksi carraspeó y preguntó:

―Has dormido mal, ¿verdad? Tienes las ojeras muy marcadas y el rostro pálido. ¿Qué ha pasado?

―Una pesadilla, nada más.

Aleksi descruzó los brazos y alzó una mano para pasar las yemas de los pulgares por mis mejillas, por debajo de mis ojos. Sus dedos, calientes y ásperos, me acariciaron con suavidad antes de bajar las manos con un suspiro.

―Si necesitas ayuda en cualquier momento...

―Puedo llamarte, lo sé ―terminé por él. Sentí que me faltaba el calor de sus manos en mi rostro―. Pero solo era una pesadilla, te prometo que no era nada lo bastante importante para molestarte en mitad de la noche.

―Tina, para mí todo lo tuyo es importante. ―Me sonrió y yo le imité, sin entender muy bien cómo había logrado estar con aquel hombre. A veces todavía no podía creérmelo, era como una especie de sueño y no dejaba de pensar que en cualquier momento me despertaría y me encontraría de nuevo en mi casa, en mi habitación. Óscar llamaría a mi puerta con un golpe para despertarme, vería a Xavi... Y me lo imaginaría con el rostro de Aleksi, con su voz, con su tacto cálido y fuerte y esos ojos azules que me miraban desde lo alto con tanto cariño.

―¿No habías venido a llevarme a desayunar? ―dije de pronto, incapaz de seguir mirándolo sin morirme de vergüenza y echarme a llorar a la vez. A veces ni yo misma entendía mis sentimientos. Aleksi asintió con la cabeza y añadí―: Pues me cambio y bajamos, que tengo hambre ya.

Mentira no era, pensé al escuchar el retortijón de hambre que me recorrió el estómago. Fui al armario y saqué un conjunto de ropa de entrenamiento; me vestí echando ojeadas al tiempo. Esa noche había nevado, pero la nieve ya se estaba deshaciendo bajo los rayos del sol, dejando charcos sucios y fríos por todas partes. Para acelerarlo, había un par de personas que se dedicaba a echar sal en los caminos de piedra y en la entrada del Kærlev.

Rojo y OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora