Capítulo 6: Varhamm

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Varhamm estaba a dos días y medio en carruaje y Tricia aprovechó cada segundo para intentar enseñarme algunas palabras en su idioma. Aiškile, así se llamaba el idioma, aunque tampoco me interesó saber por qué. Ya tenía suficiente con retener las complicadas palabras que me sonaban como si estuviera juntando letras sin sentido e intentando pronunciarlas todas a la vez. Sin embargo, por alguna extraña razón el idioma me resultaba muy familiar, como si el interior de mis memorias hubiera algún recuerdo de él. Era algo imposible, lo sabía, pero con cada palabra que decía, me iba sintiendo cada vez más segura y salían con facilidad de mis labios.

A iăslik Martina ―pronuncié con una sonrisa, sabiendo que lo había dicho perfecto.

―Muy bien, ahora ya sabes cómo presentarte ante una persona con un rango superior. ―Tricia asintió con la cabeza y me dirigió una mirada orgullosa.

―No termino de entender porque debo aprender todo esto si ya te dije que no iba a quedarme mucho tiempo aquí. Mi intención es irme lo más pronto posible y regresar a Valencia, dudo mucho que sea necesario toda esta mierda.

―Da igual que no vayas a quedarte mucho tiempo aquí, si quieres sobrevivir en la corte durante el tiempo suficiente necesitarás saber cómo manejarte o antes de que te des cuenta, te habrán envenenado.

Tragué saliva con fuerza ante las palabras de Tricia. Lo había dicho como si nada, como si que te envenenaran fuera lo de todos los días. De nuevo, me pregunté en qué clase de mundo me habría metido, en qué trampa para ratones estaría encerrada.

Tricia siguió con las lecciones segundos después, enseñándome la forma correcta de hablar delante del rey, la manera en la que tendría que hacer una reverencia, todo intercalado con unas pocas palabras nuevas que mi cerebro apenas tenía que hacer esfuerzo para recordar; era como si ya estuvieran allí y solo estuviera refrescando la memoria.

Pasaron las horas y cada vez estábamos más cerca la capital. Mis nervios estaban cada vez más alterados hasta que, poco después de mediodía, Tricia dejó las lecciones con un suspiro.

―Vamos a terminar ya. Lo mejor será que te relajes un poco, parece que te vayas a arrancar el cabello de los nervios. ―Me echó una mirada crítica al ver cómo me mordía el labio inferior con insistencia, hasta que sentí el sabor metálico de la sangre en mi lengua. Dejé de mordisquearme el labio y me miré las manos; las tenía encima del regazo, entrelazadas con tanta fuerza que se me marcaban los nudillos y pareciera que la piel fuera a desgarrarse.

Las siguientes horas pasaron lentamente y a media tarde estaba con las ventanas abiertas, la cabeza puesta entre mis brazos cruzados y sintiendo el viento frío en mi rostro. Acabábamos de subir una empinada cuesta y cuando por fin llegamos a lo más alto, la vi. Varhamm, la capital de Elekva.

Se me quitó el aliento al verla. La ciudad había crecido a los pies de una colina baja y ancha en la que se alzaba un alto palacio de muros blancos, esbeltas y altas torres redondas con las puntas de un profundo color azul marino recortadas contra el horizonte anaranjado del cielo; estaba rodeado por una muralla de color azul oscuro. Ese debía ser el Palacio Azul que había mencionado Tricia, pensé contemplándolo embobada.

La ciudad en sí era muy grande, con casas de muchos tamaños y alturas apiñadas y todo rodeado a su vez por una gigantesca muralla de piedra blanca.

El carruaje descendió la colina traqueteando tortuosamente, a cada paso de los caballos estábamos más cerca.

Por fin, llegamos a unas gigantescas puertas abiertas, hechas de madera del mismo color azul profundo. Unos guardias custodiaban las puertas y detuvieron el carruaje unos instantes, hablando rápidamente con Onni, que sacó un papel del bolsillo de su chaqueta y se lo entregó al guardia; este lo revisó con el ceño fruncido y por último asintió antes de devolverle el papel al cochero. El carruaje se puso de nuevo en marcha y al cruzar las puertas me di cuenta de que en realidad había dos murallas, una interior de unos treinta metros y una exterior de unos veinticinco. Entre ambas había un profundo y ancho foso seco y un puente que conectaba la puerta exterior con una interior todavía más grande hecha del mismo material.

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