Capítulo 22: La Sala de las Constelaciones

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La Sala de las Constelaciones. Solo su nombre desprendía fuerza, magia y misterio, pensé mientras caminábamos hacia una parte del Kærlev que yo no había tocado nunca. Habíamos ido por el mismo pasillo que llevaba a la biblioteca, pero de repente nos habíamos desviado a mitad camino, colándonos detrás de un tapiz que ocultaba un arco y unas escaleras que ascendían en caracol hasta un estrecho pasillo bastante oscuro.

Me estremecí mientras lo recorríamos. No sabía de donde, pero entraba una brisa helada que me subió por el bajo del vestido y me enfrió el cuerpo. Tiré abajo de las mangas de terciopelo rojo del vestido, me subí un poco el escote ribeteado de armiño para taparme el cuello. Se me había olvidado traerme algo para echarme encima.

―¿Tienes frío? ―me preguntó Aleksi, torciendo un poco el cuello para verme por encima de su hombro.

―Un poco, pero... ―No pude decir nada más, porque Aleksi ya se había puesto a mi lado, abrazándome por un lado y poniendo un extremo de su larga capa por mi hombro. Lo agarré con fuerza para que no se resbalara y seguimos caminando pegados. No era muy cómodo, sobre todo para Aleksi que tenía que obligar a sus largas piernas a dar pasos más pequeños, pero no parecía importarle.

Por fin, llegamos a una puerta estrecha al final del pasillo; estaba entreabierta y de ahí venía el aire que me había helado. Se colaba por la abertura y llenaba el pasillo de una corriente de viento nada agradable.

La Sala de las Constelaciones era... Justo como me la había imaginado, sino incluso más misteriosa y mágica.

Era una habitación alargada y grande, con las paredes y el suelo recubiertos de la misma madera de cerezo. Había una extraña cúpula de cristal azul ultramar que no dejaba apenas entrar la luz del sol de la tarde excepto por unas pequeñas ranuras abiertas que parecían desperdigadas por toda la cúpula. Bajo ella, unas largas y curvas estructuras de metal se enroscaban entre ellas hasta formar una especie de bola metálica, hueca, que colgaba a varios metros sobre nuestras cabezas sujeta con pesadas cadenas de hierro. En la parte baja de esa estructura había unos móviles que tintineaban con suavidad, mecidos por el viento.

Estaba medio vacía. Únicamente había una gran mesa en el centro, con un atril al lado; sobre él, había un grueso libro abierto. Al otro lado, una especie de globo terráqueo, sujetado dentro de un aro de oro. Dije eso porque la verdad era que la esfera era totalmente negra y solo parecía un globo terráqueo por la forma y el soporte. A parte de eso, solo había unas estanterías pegadas a las paredes de madera y un par de mesas redondas rodeadas de sillas perfectamente colocadas. Se notaba que allí no entraba mucha gente.

Avanzamos hasta llegar a la mesa y Aleksi se colocó detrás de mí para poder rodearme con sus brazos y con la capa. Me apreté contra él, contemplando la mesa..., y el mapa que había pintado en ella.

Era una versión en la que se mostraban únicamente los territorios de Elekva. Las ciudades aparecían pintadas como pequeñas estrellas, con sus nombres escritos debajo con mucho cuidado. De momento no había ninguna señal, nada que indicara que ese era el mapa que registraba de alguna forma a los Rahsans, así que...

―¿No sabes cómo funciona? ―le pregunté a Aleksi, que me sujetaba las caderas con las manos y dibujaba círculos con sus dedos.

―Ni idea. La verdad es que nunca lo he usado y tampoco sé cómo lo usan. Ni siquiera sé en realidad si todavía funciona, pero... Bueno, no creo que pase nada por comprobarlo, ¿no?

Noté como se encogía de hombros tras de mí antes de acercarnos al libro. Lo hojeamos un poco, pero pronto quedó claro que aquel volumen no se remontaba tan lejos. Solo llegaba a un par de años atrás.

―Tendremos que buscar, no puede estar muy escondido ese volumen ―me dijo Aleksi, apartándose ligeramente de mí. La capa se escurrió de mis hombros.

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