Capítulo 17: Diablo encarnado

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Las mazmorras estaban en lo más hondo del Palacio Azul, en su corazón. Había que descender varias escaleras sinuosas, húmedas y estrechas hasta llegar a una sala cuadrada de fea y tosca piedra de la que salían varios pasadizos oscuros.

―Lo tenemos en una de las celdas más seguras ―me contó el príncipe Erek mientras caminábamos por uno de esos corredores, iluminado débilmente por la antorcha que portaba en lo alto el guardia. Yo intentaba no alejarme mucho de su resplandor, porque sentí que en el momento en el que uno de mis miembros tocara la oscuridad, esta me engulliría.

Tras de mí iba Aleksi, con su pesada capa negra rodeándole el cuerpo. Todavía tenía mala cara, pero el sueño reparador le había devuelto las fuerzas y su férrea determinación seguía intacta. Nuestras manos estaban unidas y su contacto me daba un poco de fuerza, me relajaba sabiendo que estaba allí, como una sólida roca detrás de mí; nos protegeríamos el uno al otro.

De repente, Erek y el guardia se detuvieron al final del pasillo, delante de una puerta estrecha de metal negro; tenía unas barras en la parte superior, pero estaban cubiertas por una lámina de madera. Erek abrió la puerta con sus llaves y la puerta chirrió de mala manera. La luz de la antorcha se derramó hacia el interior y pude ver una sombra, una figura humana que se encogía en una esquina de la mazmorra.

―Quédate aquí y vigila ―le indicó el príncipe al guardia, que asintió. Acercó la antorcha a algo que había en la pared (una especie de aplique en forma de media luna), que de repente empezó a arder. Después, le tendió la antorcha a Erek y los tres entramos, cerrando la puerta detrás de nosotros; nadie debía enterarse de lo que se dijera allí dentro.

Erek dejó la antorcha en un soporte de la pared.

El hombre, vestido con unas ropas rotas, llenas de sangre y mugre y apelmazadas por la suciedad, se encogió todavía más cuando la luz le dio en el rostro, gritando como una rata y removiendo la paja sucia sobre la que estaba sentado; las cadenas que le rodeaban las muñecas y los tobillos desnudos tintinearon. A mi lado, vi la expresión de asco de Aleksi.

―Ya no eres tan valiente, ¿eh? ―escupió Erek, acercándose al hombre y aplastándole un tobillo bajo su bota. El hombre gritó de dolor y el príncipe le agarró el cabello, tirando de su cabeza hacia atrás, descubriendo su rostro. En sus ojos había dolor, miedo pero también rabia y un odio que lo inundaba todo―. Venga, cuenta de nuevo lo que dijiste el otro día.

―N-no ―graznó el hombre.

Aleksi se apartó de mi lado y antes de que pudiera hacer nada, estaba de cuclillas delante del hombre, con una daga entre las manos que no sabía de donde había sacado y que colocó bajo la garganta del hombre, tan pegada que le cortó y un hilo de sangre empezó a descender hacia su clavícula, manchando todavía más su mugrienta ropa.

Me abracé el cuerpo. No había esperado que aquello fuera así, la verdad.

―Habla o te mato ―lo amenazó Aleksi. El hombre no hizo la intención de hablar, así que el capitán apretó un poco más el cuchillo contra su piel, la sangre manó con más fuerza... Y todo el odio del hombre se transformó en miedo. Se debatió, intentando apartarse de la daga, pero no podía moverse mucho debido a las cadenas, al agarre de Erek y a que estaba pegado contra la pared.

―Es-está bien.

Poco a poco, Aleksi apartó la daga, que guardó de nuevo en una funda que llevaba alrededor de la cintura (medio escondida por la capa), y volvió a mi lado, colocándose detrás de mí y poniendo sus manos alrededor de mis hombros con cariño, pegando su cuerpo al mío como si así pudiera transmitirme su apoyo. Lo hacía.

Erek también se apartó unos pasos, soltando el cabello del hombre; en su rostro ni siquiera intentaba disimular su antipatía hacia él.

―M-me mandaron a secuestrarte ―me dijo directamente―, y se suponía que debía llevarte a la frontera con Ialyria. Allí te tendría que recoger alguien que te llevaría a Viari.

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