Capitulo X- Conexión (Leo Rizzi)

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Nosotros tenemos más que un Sol.

Más que un abrazo.

Me estaba llamando Sandra, hacía demasiado tiempo que ella no me llamaba. Concretamente desde el verano del año pasado, cuando empezó a salir con Pablo, el último día que me llamó fue para cancelarme un plan que habíamos estado hablando durante meses. El viaje a Estados Unidos. El viaje que nunca hicimos, aunque siempre soñáramos con él desde pequeñas.

− ¿Sandra? −pregunté echándome a un lado. – ¿Me tengo que asustar por esta llamada?

− Tu teléfono no ha parado de sonar. −me dijo borde. Más borde de lo normal. −Pensaba que estabas en casa, pero veo que no.

− ¿Mi teléfono fijo dices?

− Pues claro que es tu teléfono fijo. −se escuchó un ruido – ¿Lo oyes?

Sí, lo estaba oyendo. Era la melodía de un móvil, pero no era el de mi teléfono fijo porque yo no tenía teléfono fijo. Mi padre lo quitó cuando yo era pequeña porque no dejaban de llamar pensando que éramos un hospital.

− Voy... Voy en seguida. Gracias por llamar, Sandra.

− No hay de qué. −me colgó.

Ana me llevó tan rápido como pudo a mi casa, aparcó en doble fila, pero bajó del coche, las tres bajamos del coche dirección a mi portal, a mi casa. Sandra estaba en el descansillo del tercero fumando y tenía mala cara. Le molestaría demasiado el ruido que hacía el "fijo" de mi casa. En realidad, seguramente, no solo se querría enterar de quién me llamaba tanto.

− ¡Ya era hora! −tiró el cigarro por la ventana y se puso a mi lado, ignorando a mis amigas. – ¿Se puede saber quién cojones te llama tanto?

− No lo sé. −metí la llave en la cerradura y abrí la puerta. –Ni siquiera tengo fijo.

Para sorpresa de nosotras tres, Sandra también entró. Ella miró en la cocina, Ana se paseó por el salón y María por la habitación de invitados. El teléfono estaba en mi habitación, no era un teléfono fijo, era un móvil. Era el móvil de Laura. El mismo móvil que dejó de funcionar cuando le tiraron a la piscina sus mejores amigas. Se lo dejó ahí.

− ¿Sí? −cogí el teléfono después de vacilar un poco entre hacerlo o no.

− ¡Julia! −exclamó Laura. –Menos mal... −oí que suspiraba aliviada.

El simple hecho de que ella dijera de mi nombre me ponía la piel de gallina. La imaginaba diciendo mi nombre muchas veces seguidas y me entraba una sensación indescriptible por el pecho, que bajaba hasta el estómago, pero también subía hasta la garganta, quitándome el poder de hablar.

− ¿Qué pasa? −pregunté sentándome en la cama. –No estaba en casa...

− Lo siento, quería saber si estabas ahí para... − ¿estaba nerviosa? Se le notaba nerviosa. –Bueno... Quedar contigo. −dijo algo tímida. –Sé que ayer te dije que no podíamos vernos, pero es que lo he pensado mejor y no voy a hacerle caso a Sergio. Tú eres diferente.

Fruncí el ceño ante sus palabras, pero no dije nada con respecto a eso.

− No pasa nada, está bien. −me apresuré a decir.

María entró en mi habitación con cara de no entender nada.

− Tía, ¿qué haces? −preguntó sentándose a mi lado.

− Nada, es... Una amiga. −le expliqué rápido. –Laura, ¿hablamos más tarde? ¿Por qué mejor no me llamas a mi número la próxima vez?

− Es que no tenía tu número en el teléfono nuevo, ayer se me olvidó preguntártelo. Ni siquiera estoy en el grupo de la terapia.

1. Desde la ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora