Apretaba los puños, las uñas se clavaban profundamente en mi piel; las venas se me marcaban y mis dientes chirriaban.
Su voz profunda recaía gravemente sobre mi cabeza, daba puñetazos en el aire hacia el hombre invisible que me causaba dolor en mis oídos.
¡Cállate! Le gritaba sin efecto alguno.
En mi interior luchaba por defenderme de mi propia locura que estaba grabada en mi cerebro.
El hombre se acercaba sigilosamente por detrás mío, me tocaba con sus dedos índices la espalda y sentía un látigo eléctrico recorriendo por todo mi ser.
Mi cuerpo se balanceó hacia delante, callendo de rodillas.
Él trazaba en mi cuello líneas perfectas que amí me parecieron infernales, presionaba mis puños contra el suelo, en él caía gota tras gota de sangre mezclado con sudor.
¿Por qué a mí? Giraba penosamente mi cabeza para intentar verle pero ya no sentía su presencia.