14.

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Julieta.

— ¿Y te acordas la vez que robamos un supermercado y tuvimos que correr como treinta cuadra? — Suelta una carcajada y lo imito. Vivimos un año juntos pero, pasamos por tantas cosas — Nunca voy a poder olvidarme de vos.

— ¿Cómo estás? — Cambio de tema, no quiero que siga diciéndome lo mucho que le gustaría estar conmigo. No quiero caer. — ¿Te sentís mejor?

— Aunque te moleste; Yo deje de estar bien el día que te abandoné. — Una sonrisa triste se forma en su rostro. Realmente lo veo arrepentido pero, se dio cuenta demasiado tarde — Cuando me mejore y pueda salir de mi habitación, te prometo que vamos a ir a la plaza a tomarnos una birra y fumar un porro.

— No tomo alcohol, tampoco fumo. Ya no soy esa nena de doce años.

— El rubio platinado realmente te cambió. 

— No fue él. El amor no es cambiar al otro sino, cambiar por el otro. Me di cuenta que con vos estaba quemando etapas. No está bien que una pendeja de doce años fume porro y se emborrache. Me rescaté para ser una mejor persona por él y para él.

—  ¿Lo amas de verdad? — Pregunta, con miedo a la respuesta — ¿Realmente estás enamorada de él?

— Sí, lo amo y estoy perdidamente enamorada de él, Tomi.

— Hace años que no me dicen así. — Ahora está sonriendo de oreja a oreja, de seguro piensa que tiene una oportunidad y espero, no dejar que la tenga. — Entonces; Voy a tener que dejarte ser feliz con él.

— Me voy, antes de que tus amigos se despiertan y me vean salir de la casa de tu amigo Mauro.

El asiente con la cabeza y acaricia mi mano antes de que me vaya. Cierro los ojos cuando salgo de la habitación y siento como mi corazón se remueve.

— No sé como hago, si todavía está en mí.

Hace seis años atrás.

— ¿Te parece que vayamos a comprar cosas para comer? 

— ¿Qué te pensas, que cago plata? — Le pregunto de mala gana, tenemos hambre hace días pero, no había nada, nunca hay nada — ¿Cómo vamos a ir a comprar sin plata, Tomás?

— Digamos que cerré un negocio. Cámbiate y vamos.

— ¿Un negocio que tiene que ver con las drogas, no?

— No preguntes cosas que no queres saber, pendeja.

Pongo mis ojos en blanco y decido colocarme una campera. La única que tengo y que encima, es de Tomás. No puedo darme el lujo de comprarme ropa, primero debería revocar la pared. 

En silencio, Tomás me agarra de la mano y empezamos a caminar hacía la ciudad. Dentro de la Villa 31, el único Kiosco abre a las doce de la noche para vender alcohol y falopa.

Entramos al supermercado y mi colega empezó a guardarse cosas en su bolsillo. Lo imite. Al fin y al cabo, él era mi único ejemplo a seguir.

— ¡Pibe! ¿Qué haces? ¡Devolveme la mercadería, la concha de tu madre!

— Corre.

Termino de meter cosas en su pantalón y me agarro de la mano para arrastrarme hacía la calle. Empezamos a correr. Nos seguían pero, no nos importó. Nosotros nos estábamos riendo. Acabamos de robar y no está bien pero, la adrenalina nos hacía sentir vivos.

— ¿Viste la cara del chabón? Devolveme mi mercadería — Soltó una carcajada Tomás imitando al dueño del supermercado — Me acabo de dar cuenta de algo.

— ¿De qué?

— De que te quiero. 

Actualidad.

A esa edad robar era lo único que nos quedaba. Yo tenía doce años y él catorce. Nadie iba a darnos trabajo y Tomás a veces vendía droga para subsistir. Nunca me dijo de donde la sacaba pero, no cumplió con el dicho de que el que vende droga no puede consumirla. Él hacía ambas. Tal vez si de chica lo hubiese sabido, podría haberlo salvado de caer en ese mundo. O tal vez no. Nunca lo voy a saber.

— Yo también te quiero Tomás.

Digo para mí y me aferro a esa campera que me acompaño todos estos años. 

Lo único que me quedaba de él.

colegas | cro ft cazzu y lit killahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora