Capítulo Nº4: De caída

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Por buen rato me quedo pensando en qué diablos le sucedía a ese chico. Por qué me observa, no nos conocemos .

Bueno, tú hiciste lo mismo, dice mi mente.

Y pasé la clase así, oyendo las incoherencias de Kristen, intentando comprender qué era el resto de lo que decía el maestro frente al pizarrón e intentando explicarme por qué este chico era tan intrigante.

Qué diablos le sucedía.

Al terminar la clase, tomo mis cosas y me veo dispuesta a salir. Levanto la cabeza hacia la entrada y ahí está nuevamente, el chico observando mis movimientos.

Como no encuentro nada mejor que hacer, paso por su lado, sin dirigirle una sola mirada, casi como si no existiera y entonces, escucho que acelera el paso hacia la misma dirección que me dirigo yo. Logra llegar hasta a mí a mitad de pasillo y jala de mi brazo, quedando pegados hacia la pared del costado.

Sus ojos están impacientes y penetrantes. Esta vez no tengo bastante alcohol en el cuerpo, como para no notar bien el color de sus ojos, aún así, con las luces no puedo observarlos con claridad. De qué diablos es el color de sus ojos.

—¿Por qué me espías? Ya te dije que no te quería cerca. —Su mirada desafiante.

—¿Espiar, yo? Eras tú el que estaba parado frente a mi salón —contrarresto yo.

—Sí, pero eras tú la que me miraba de espaldas. Tú me observaste primero. —No hay falla en su lógica, pero esta vez la desafiante soy yo.

—Pero tú fuiste el que me dijo algo raro a mitad del centro de una fiesta —respondo decidida— ¿No te parece que el que busca estar cerca eres tú? además de ridículo, porque jamás te había visto en mí vida, ¿Por qué querría estar cerca de ti? Ya deja de soñar —digo y comienzo a caminar decidida, alejándome.

—¿Qué te sucede? —escucho, mientras toma de mi antebrazo.

—¿Disculpa? —respondo incrédula.

—Te miré en la puerta también, ¿no vas a decirme nada? —me mira atentamente.

—¿Disculpa? —repito.

—¿Solo dirás disculpa? —esta vez sus ojos fijos.

—¿Por qué tendría que decirte algo? —y solo me doy la vuelta para seguir caminando.

Siento que vuelve a tomar mi brazo. —Hey hey hey, no me estás escuchando —dice.

Lo miro pacientemente —Te acabo de escuchar.

—Pero no me estás prestando atención.

—Pues, ¿por qué debería hacerlo? —apreta levemente mi brazo.

—Hey, escúchame —apreta.

—Hey suéltame, ¿qué te sucede? —mi cuerpo reacciona a la defensiva, quitando mi brazo.

—Tú me sucedes.

Abro mis ojos de par en par. —¿Disculpa?

—¿Puedes dejar de pedir disculpas? —mis ojos siguen grandes— Deja de pedir disculpas.

Y me alejo. Sólo me alejo y lo dejo a mitad del pasillo observando cómo me marcho a paso rápido. Y pasa lo peor, caigo. Me tropiezo sobre mis propios talones, cayendo y lanzando mis libros hacia todos lados. Muevo mi cuerpo del suelo quedando sentada en la fría baldosa y observando por un segundo mis libros que ahora están distribuidos sobre el suelo.

Dios, qué me pasa. He quedado en ridículo. Me había dicho en mi mente que ganaría la batalla. Pero, ¿Qué batalla? De qué diablos estaba hablando. Qué diablos pasaba por mi mente. Me creía una cabrona y estoy aquí en el suelo sobre bruces.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora