Temporal.

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Le había mentido. No tenía sueño. El vaso de leche caliente no la había ayudado nada. Y estuvo despierta durante horas, mirando por la ventana, intentando entender cómo habían acabado discutiendo.

—Parece que has tenido una infancia difícil, Lisa —murmuró para sí misma— ¿Por qué no me lo cuentas todo mientras yo te pincho con un palo afilado? 

Rosé levantó los ojos al cielo. ¿Quién creía que era, una psicoanalista?

Los padres podían ser espantosos, abusivos, malvados y, sin embargo, nada podía evitar que un niño necesitara su amor. Y si ese amor se terminaba, el niño acababa por sentirse culpable.

Ella misma había tenido que luchar contra esa situación durante años antes de admitir que era normal estar furiosa con su madre por abandonarlas y con su madre adoptiva porque, desde el primer día, había mostrado su preferencia por Jisoo. Al hacer eso, había conseguido hacer las paces con ella.

Por supuesto, estar en paz con sus sentimientos y obligar a Lisa a que le contara su vida eran dos cosas muy distintas. Además, supuestamente debía mantener las distancias. Aunque fuera la otra madre de su hijo.

Rosé se llevó una mano al vientre. Aunque no tenía intención de quedarse con el niño, resultaba difícil no sentirse atada a ella, no encariñarse.

Aunque era mejor dejarse de tonterías. ¿Qué esperaba, que Lisa y ella se enamoraran y vivieran felices para siempre?

Eso sólo pasaba en las novelas.

La lección que había aprendido de su madre y de los trabajadores de los Servicios Sociales, que las mandaron de una familia a otra durante años, se veía reforzada por las parejas que había conocido en su vida. Personas que no podían soportar que ella fuera tan independiente.

Y Lisa no sería de otro modo.

No, había aprendido mucho tiempo atrás que lo mejor era no depender de nadie. Era la única forma de ser feliz.

De modo que mantener las distancias con Lisa era fundamental. Porque los lazos que había entre ellas eran ya demasiado fuertes.

  

....

Por la mañana, Rosé estaba exhausta. Llevaba muchos días durmiendo apenas unas horas y el embarazo en sí era agotador. Pero tenía que ir a trabajar.

Encontró a LisaJake en la cocina, haciendo el desayuno.

—Buenos días.

—Buenos días. Te he traído magdalenas de melocotón. Umji la chica de la panadería, me ha dicho que son tus favoritas.

El inesperado gesto la sorprendió. La noche anterior se había metido en su vida sin que Lisa la invitara y, sin embargo, ella se tomaba la molestia de ir a comprarle el desayuno...

—Muchas gracias.

Además de las magdalenas, había bollos con chocolate y un par de donuts.

—Es que no sabía qué te apetecería esta mañana —sonrió Lisa.

—No tenías por qué haberte molestado. Además, no puedo comer chocolate, no quiero engordar.

—No es molestia. Y los bollos de la panadería no llevan conservantes ni nada de eso. Son muy sanos.

—Ya —murmuró Rosé, perpleja.

—Te estás tomando esto de la maternidad muy en serio, ¿no? - Pregunto Lisa

—Pues claro. Es una responsabilidad muy grande.

—Desde luego que sí. Pero de vez en cuando no está mal darse un capricho, ¿no crees?

Rosé sonrió. —Oye, quería hablar de lo de anoche.

—¿De qué?

—Tengo que pedirte disculpas. No quería meterme en cosas que no son de mi incumbencia. - dijo Rosé

—Pues yo iba a disculparme por ponerme a la defensiva. Es que no estoy acostumbrada a hablar de ella, aunque ahora nos llevamos bien.

Rosé levantó una ceja. —¿Ah, sí? ¿No le guardas rencor?

—No —contestó ella—. Cuando era joven sí, pero ahora nos entendemos bastante bien.

—Tu madre te abandonó y tú... ¿la has perdonado?

—¿Por qué te parece tan extraño?

—Porque lo es —contestó Rosé, levantándose.

Entonces se dio cuenta de que, para ser una disculpa, le estaba saliendo fatal.

—Bueno, lo que quiero decir es que si sientes rencor por ella lo mejor es reconocerlo. Los padres también son imperfectos, Lisa. No pasa nada por enfadarse con ellos.

—Y tampoco pasa nada por perdonarlos. 

Lo había dicho de una forma...

—¿Qué quieres decir? - Rosé no entendía

—Tú nunca has intentado hacer las paces con tu madre, ¿verdad?

—¿Hacer las paces con ella? No, gracias. No puedo. - Rosé estaba a la defensiva.

—Pero...

—Los Servicios Sociales tuvieron que hacerse cargo de Jisoo y de mí cuando ella tenía diez años y yo ocho. Mi madre ni siquiera intentó recuperarnos —lo interrumpió Rosé—. ¿Qué quieres, que le dé las gracias?

—Pero después de todos estos años sigues dejando que tu madre influya en tu vida.

—Mi madre no influye en mi vida para nada.

—Yo creo que sí.

—Ya, claro. Ahora vas a decir que Jisoo ha logrado superarlo, que ella ha conseguido confiar en alguien otra vez.

—No, no iba a decir eso. No estamos hablando de Jisoo, estamos hablando de ti. - Lisa sentía que la conversación se iba por otro hilo.

Rosé se apoyó en la encimera, agotada. No le gustaba estar así: amargada y resentida. Y no sólo con su madre, sino con los empleados de los Servicios Sociales, con los padres de acogida que no entendían su dolor...

A veces, aunque le daba un poco de vergüenza admitirlo, incluso se sentía furiosa con Jisoo, para quien todo había sido mucho más fácil porque, de inmediato, se convertía en la favorita.

—Sí, supongo que tienes razón. No es sobre Jisoo, pero...

—¿Pero?

—A veces me gustaría parecerme un poco a ella. Pero nuestra experiencia en la vida ha sido muy diferente. Ella se enamoró de Jennie muy joven y desde entonces tuvo a alguien a su lado, alguien en quien apoyarse. Yo no he tenido esa suerte — incómoda con el giro de la conversación, Rosé apartó la mirada—. Yo siempre he sido la fuerte, la responsable, la autosuficiente. Y me gusta que sea así. Yo soy la única persona en la que puedo confiar.

Iba a salir de la cocina, pero Lisa la tomó del brazo y, sin que pudiera evitarlo, la apretó contra su pecho.

—Eres una persona muy fuerte. Y muy valiente. Y eso es admirable. Pero ya no estás sola. Yo estoy aquí para ayudarte, Lisa. Puedes confiar en mí.

Le gustaba tanto que le abrazase, sentir su calor, su fuerza. Su torso era tan sólido que parecía una pared, sus hombros. Cerrando los ojos, Rosé se dejó llevar un momento. Lalisa Manoban era todo lo que siempre había querido y no había encontrado jamás.

Cómo le gustaría creer esto. Fingir, aunque fuera durante unos minutos, que podía compartir su carga con alguien. Que la presencia de Lisa en su vida no era sólo temporal.

Lo hacía con buena intención, estaba segura, pero al final se iría.

Como todos.




Madre de Alquiler - ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora