Conexión Falsa.

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Suspirando, iba a tomar un libro de la estantería cuando Rosé volvió a abrir los ojos.

—¿Lo ves? Ya te dije que no podría dormir.

—Te has despertado otra vez al darte la vuelta. 

Rosé enterró la cara en la almohada. —Es una tontería que me preocupe tanto por dormir de espaldas, ¿verdad? Al niño no le puede pasar nada malo.

—No, pero supongo que la advertencia del ginecólogo se te ha quedado grabada a fuego.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida esta vez?

—Nada, diez minutos.

Entonces tuvo una inspiración. Se metió en la cama con ella y la abrazó por la espalda.

—¡LISA!

—Calla, tonta. Sólo quiero ayudar. Así podrás dormir sin miedo a tumbarte de espaldas, ¿no?

—Pero...

—Nada de peros. Duérmete.

—Pero es que...

—Te aseguro que puedes confiar en mí. Prometo no aprovecharme.

—Eso no me preocupa —replicó Rosé—. Ninguna persona decente se aprovecharía de una mujer que está embarazada de cinco meses. Pero ésta es la clase de intimidad que no deberíamos tener.

—Yo no se lo contaré a nadie —sonrió Lisa.

Sacudiendo la cabeza, ella cerró los ojos y, poco a poco, empezó a relajarse. —Es que quiero hacer las cosas bien.

—Ya lo sé.

—Quiero que el niño nazca sano... y fuerte. No quiero que Jisoo y Jennie  se lleven... una desilusión —ya le costaba trabajo formular una frase completa—. Y tú tampoco.

¿Una desilusión, ella? Lisa esperó para ver si explicaba aquel críptico comentario, pero Rosé se había quedado dormida.

Intentó relajarse, pero no era capaz. Con el olor de su pelo, el calor de su cuerpo, su redondo trasero apretado contra su entrepierna, dormir era completamente imposible.

Iba a ser una noche muy larga.

....

Rosé despertó sintiéndose completamente descansada por primera vez en semanas. No sólo descansada, sino con una sensación de seguridad, de paz.

Poco a poco, miró alrededor... y recordó dónde estaba. Y dónde estaba Lisa.

Y lo peor fue que no saltó de la cama inmediatamente para preservar su dignidad. Estar tumbada al lado de Lisa era más que agradable.

Con la espalda apoyada sobre su pecho, los brazos de ella descansando sobre su abdomen y aquel peculiar olor suyo tan masculino mareándola, su fuerza de voluntad la abandonó por completo.

La oía respirar rítmicamente, notaba su aliento en el cuello... y también notó algo más... que sus senos y abdomen no eran las únicas partes duras de su cuerpo.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se despertó al lado de una persona diferente a ella? En ese momento le parecían años. O a lo mejor eran años de verdad. Tanto tiempo que había olvidado cómo era dormir con otra persona.

El sexo de los sábados por la mañana siempre había sido su favorito. Sin prisas, relajado, tomándose su tiempo...

Antes de poder dejarse llevar por la tentación Rosé empezó a moverse, pero Lisa la sujetó entre sus brazos.

—No te vayas.

—¿Estás despierta?

—A medias.

Sonaba medio dormida, pero no como si acabara de despertarse en ese mismo instante.

—¿Desde cuándo estás despierta?— pregunto Rosé

—Desde que te has despertado tú.

—¿Y por qué no has dicho nada?

—Porque estaba muy cómoda.

—Pues deberías...

Justo en ese momento el niño dio una patada, justo bajo las manos de Lisa.

—Ay, Dios mío. ¿Eso ha sido...? 

De nuevo, Rosé intentó apartarse.

—Mira, tengo que...

Pero Lisa la tumbó de espaldas y puso la oreja sobre su abdomen, como si fuera un apache.

—No vas a poder oír nada.

—Calla. — dijo como niña pequeña

—Se supone que no debo estar tumbada de espaldas.

—Sólo será un segundo.

Tenía las manos apoyadas en su abdomen. Si las bajaba un poco, cinco o seis centímetros, la estaría tocando íntimamente. Y su cuerpo traidor deseaba desesperadamente que lo hiciera.

Sería tan fácil levantar las caderas...

—Lisa, de verdad no creo que...

El niño volvió a moverse y aquella vez las dos contuvieron el aliento.

—Lo he sentido.

—Y yo —dijo Rosé.

—¿Era la primera vez?

—No, qué va.

—¿Desde cuándo se mueve?

—Desde hace tres semanas. Quizá cuatro, no me acuerdo.

El ginecólogo había dicho que sentiría como un cosquilleo, como un aleteo de mariposas, pero no era así en absoluto.

—¿Y cómo es?

La miraba tan de cerca que Rosé tuvo que tragar saliva. —Pues es... como un espasmo muscular. ¿Sabes cuando estás muy nerviosa o has corrido mucho y tu corazón late con tanta fuerza que casi puedes verlo saliéndose del pecho? Pues así.

—Sí, te entiendo.

Por un momento, se le quedó la mente completamente en blanco, perdida en su mirada. Toda su existencia pareció concentrarse en ella. En aquel momento. En la mano de Lisa sobre su abdomen, en el brillo de sus ojos, en los latidos de su corazón.

—Así es, como los latidos del corazón, pero no de una forma rítmica.

—Es asombroso —murmuró Manoban.

—Sí, asombroso.

Lo era. No sólo la sensación de tener un niño moviéndose dentro de ella, sino cómo la miraba Lisa.

Nadie la había mirado así nunca. Como si ella fuera asombrosa. Y nunca en toda su vida se había sentido tan cerca de otro ser humano.

Se sentía parte de algo más grande, más trascendental que cualquier otra cosa en la vida, más que el deber, la justicia, el honor. Cosas que, para ella, siempre habían sido las más importantes, pero que parecían nimias en comparación con el niño y la conexión que había creado entre Lisa y ella.

Casi se le rompió el corazón al pensar que todo aquello no era más que una ilusión. La conexión que sentía era falsa.

Porque el niño no era suyo. Y tampoco era de Lisa.


Madre de Alquiler - ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora