Su habitación, su cama.

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Cuando Rosé llegó a casa el viernes por la tarde, Lisa se había ido a trabajar y no volvería hasta medianoche. Normalmente, trabajaba con horario de mañana, pero aquel día estaba haciendo el turno de un amigo.

Rosé paseó por la casa, inquieta, sin saber qué hacer. Le sorprendía haberse acostumbrado a su presencia. Aunque no pasaban mucho tiempo juntas, se había acostumbrado a verle por allí.

¿Qué pasaría cuando todo aquello terminara y Lisa se fuera para siempre?, se preguntó.

No tendría al niño, no la tendría a ella...

Esa idea la entristeció de forma inexplicable.

Por mucho que se recordara a sí misma que ni el niño ni Lisa eran suyos, no podía dejar de desear... ¿desear qué?

Quedarse con el niño estaba fuera de la cuestión, aunque secretamente lo anhelara. Además, ella había sido independiente toda su vida. No se apoyaba en nadie más que en sí misma y así era como le gustaba. Era la única forma de saber que nadie iba a engañarla, que nadie iba a hacerle daño.

De eso ya había tenido más que suficiente durante su infancia.

Pero no podía dejar de preguntarse cómo sería si Lisa y ella fueran una pareja de verdad. Sin duda, la esperaría despierta y prepararía algo romántico para cuando volviera del trabajo, se pondría un conjunto sexy de ropa interior...

Rosé dejó escapar un suspiro. No tenía sentido soñar despierta, pensó, mientras abría la nevera. Había pensado hacerse un sándwich, pero encontró una fiambrera con una nota de Lisa

No te preocupes, esto es muy sano: lasaña de verduras. Pero podrías tomarte el bollo de chocolate como postre.

Rosé sonrió. Ella estaba empeñada en cuidarla. Además, eso era mucho más sano que un sándwich, se dijo. De modo que metió la fiambrera en el microondas y se tomó un plato de lasaña con un vaso de leche mientras leía los periódicos.

Después, intentó dormir un rato en el sofá, pero no podía ponerse cómoda. Y su cama era peor... entonces recordó lo que Lisa había dicho de su colchón de látex.

Decidida, tomó la almohada de su cama y entró en su habitación.

No había entrado allí desde que Lisa llevó sus cosas, pero su cama era enorme, ocupaba casi toda la habitación. No la había hecho esa mañana, de modo que el edredón azul marino estaba echado a un lado, dejando al descubierto unas sábanas de color crema algo arrugadas.

Había libros, discos, un sillón de cuero... Todo muy masculino. Pensó Rosé riendo

Definitivamente, era su espacio. Y ella estaba invadiéndolo.

Si no necesitara unas horas de sueño desesperadamente nunca se le habría ocurrido hacerlo, se dijo.

Lisa no volvería hasta muy tarde y no tendría por qué enterarse. Lo dejaría todo tal y como estaba, como si no hubiera entrado nadie.

Suspirando, se tumbó de lado y enterró la cara en la almohada. Las sábanas olían a Lisa, a esa colonia suya tan agradable...

Y, por primera vez en mucho tiempo, se quedó profundamente dormida.

  

.....

Cuando Lisa llegó a casa después de medianoche, todas las luces estaban apagadas.

La casa estaba en silencio y la puerta del dormitorio de Rosé estaba cerrada.

Quizá, por fin, había logrado conciliar el sueño, pensó.

Para no despertarla, entró en la cocina de puntillas y se hizo un sándwich. Sonriendo, comprobó que se había comido la lasaña... pero no el bollo. En fin, al menos estaba haciendo ciertos progresos, pensó.

Después de darse una ducha rápida pensaba leer un rato antes de cerrar los ojos, pero cuando entró en su habitación se encontró con algo completamente inesperado con un bulto en su cama.

Rosé.

No, no iba a poder leer un rato.

Se acercó con cuidado para no despertarla. Estaba hecha una bola a un lado, la mano metida bajo la barbilla, como una niña. Su pelo extendido sobre la almohada. Sólo podía ver su hombro desnudo y la tirita de un camisón blanco.

Era su mujer.

Estaba esperando un hijo suyo. Y estaba durmiendo en su cama.

La misma cama en la que ella había estado despierta innumerables noches, pensándole. Y, si era sincera consigo misma, deseándola.

Sin hacer ruido, se desnudó y se puso el pantalón pijama y un top crop. Iba a salir por la puerta cuando la oyó emitir un sonido suave, como un quejido.

Lisa se dio media vuelta para comprobar si la había despertado... Aún no estaba despierta del todo, pero cuando iba a tumbarse de espaldas abrió los ojos. Y la vio allí, al lado de la cama.

—Ay, perdona...

—No pasa nada.

—No, es que... no quería quedarme dormida, sólo quería descansar un rato y como me dijiste que tu cama era tan cómoda...

—No te preocupes, no importa.

Se había puesto colorada y tenía un aspecto delicioso.

—Pero yo no...

—En serio, no pasa nada —sonrió Lisa, sentándose a su lado.

—¿Qué hora es?

—La una.

—He dormido cuatro horas. ¿Cómo puedo seguir tan cansada? 

Sin pensar, Lisa levantó una mano para acariciar su pelo. —¿Desde cuándo no duermes ocho horas seguidas?

—Hace semanas —suspiró Rosé, levantándose—. Bueno, me voy a mi habitación.

—Espera —dijo Lisa, tomándola por la muñeca—. Puedes quedarte aquí. Parece que aquí duermes mejor que en tu propia cama.

—Pero... ¿dónde vas a dormir tú?

—Ya veré.

—Pero si tú no duermes bien, yo no podré pegar ojo.

—Bueno, si no te duermes enseguida nos iremos a bailar.

Rosé rió bajito mientras volvía a meterse en la cama. En cuanto puso la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos se quedó dormida de nuevo.

Lisa se quedó mirándola un momento. Había algo muy íntimo en mirar a una persona dormida. En ese momento, estaba viendo una parte de Rosé que poca gente habría visto.

Madre de Alquiler - ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora