Cobarde Park.

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Estaba amaneciendo y los ruidos del hospital empezaban a filtrarse a través de la puerta. Rosé estaba en la cama, observando a Lisa, que dormía en el sillón.

Intentó convencerla para que se fuera a casa, pero se negó. Aunque debía estar agotada.

Había estado trabajando todo el día, luego tuvo que ir al hospital con la angustia de no saber qué había pasado, si habrían perdido al niño... y, además, tuvo que soportar su ataque de histeria.

Rosé recordó los sucesos del día anterior; el miedo de perder al niño, el viaje al hospital en la ambulancia, esperando que Lisa llamara de un momento a otro para consolarla.

Pero los minutos se convirtieron en horas y ella no apareció.

Ahora sabía por qué pero... absurdamente, se convenció a sí misma de que no había acudido al hospital porque no le parecía importante.

De todas formas, no quería pasar por esa angustia otra vez. No quería volver a necesitar a alguien de una forma tan desesperada, temiendo que no apareciera...

Lo mejor era terminar, se dijo.

Suspirando, miró alrededor. Lisa estaba dormida, de modo que no podía poner la televisión. Con cuidado, se levantó de la cama y tomó su maletín. Dentro encontraría algo con lo que entretenerse, pensó. La única carpeta que contenía era la del caso SongSong y ya se sabía las notas de memoria. Además, no tenía sentido volver a leerlas porque había solicitado que la retirasen del caso.

Sin embargo, cuando volvió a la cama, leyó las notas con morbosa curiosidad. Ahora que no tenía que juzgar el caso se permitió a sí misma ser parcial, involucrarse emocionalmente en aquella historia.

El divorcio de los SongSong no era diferente de otros que ella misma había llevado. Era una pareja que se casó muy joven, tenían unos hijos a los que adoraban y dinero a espuertas. Pero también había tragedias en su vida y la mala salud del pequeño parecía haber sido lo que deterioró la relación.

Al final, no se amaban lo suficiente como para soportar los golpes de la vida.

Por primera vez en su carrera, Rosé estaba mirando un caso desde un punto de vista no profesional y se preguntó si los SongSong volverían a empezar si tuvieran oportunidad de hacerlo.

Nunca sabría la respuesta, naturalmente. Y, sin embargo, conocía las estadísticas mejor que nadie. Casi el cincuenta por ciento de los matrimonios terminaban en divorcio, pero muchas de esas personas volvían a casarse dos y tres veces más. Incluso después de un divorcio, la mayoría de los seres humanos se arriesgaba de nuevo.

¿Por qué no podía hacerlo ella?

Rosé miró el sillón donde Lisa dormía plácidamente.

Durante todos aquellos años se había creído tan lista por proteger su corazón... Pero ahora se preguntaba ¿había sido inteligente o una cobarde?

¿No le había dicho a Lisa que intentaría confiar en ella? Y, sin embargo, a la primera oportunidad la echaba de su vida sin contemplaciones.

Siempre había pensado que era una persona justa, pero no lo había sido con ella.

Y tampoco había sido sincera. Ni siquiera le había dicho que le amaba.

Como si hubiera leído sus pensamientos, Lisa despertó entonces. Tardó un momento en descifrar dónde estaba, pero en cuanto la vio se levantó del sillón como por un resorte.

—¿Cómo estás, Chae? Nerviosa, confusa.

—Mejor.

—¿Has dormido bien?

—Sí —contestó —. Bueno, regular. Es una habitación extraña y...

—Y estabas preocupada —dijo Lisa.

—Sí.

Aunque preocupada sólo empezaba a describir aquella maraña de emociones.

Preocupada era la punta del iceberg.

Antes de que pudieran seguir hablando sonó un golpecito en la puerta. Una enfermera entró empujando un carrito con un aparato de ecografías.

—Ah, qué bien, ya está despierta. Tenemos que hacerle otro eco. Luego, cuando pase el médico, puede pedirle el alta.

—Pero... —empezó a protestar Lisa.

—No pasa nada. Sólo querían que me quedase aquí esta noche. Ahora puedo irme a casa.

La enfermera conectó la máquina, le echó una especie de gel sobre el abdomen y empezó a pasarle el aparato mientras miraba la pantalla.

—¿Ha vuelto a tener contracciones?

—No —contestó ella, mirando a Lisa. No sabía qué le hacía más ilusión, los movimientos del niño o la cara de perplejidad de su marido.

—Dios mío... ¿eso es una mano?

—Sí —contestó la enfermera—. Y está moviendo los deditos, ¿no lo ve? Ésa es buena señal. El latido del corazón, bien, fuerte, rítmico. niño.

—Ese es su corazón —murmuró Lisa, mirando a Rosé—. El corazón de nuestro bebe.

Rosé asintió, emocionada.

—142 pulsaciones por minuto, muy relajada después del susto de ayer. Parece que va a tener usted una niña muy fuerte, señoritas Manoban.

—¿Es una niña? —exclamó Lisa.

—Sí... en fin, espero no haberles estropeado la sorpresa —se disculpó la enfermera.

—No, no, yo ya tenía un presentimiento —sonrió Rosé.

—¿Podemos verle la cara?

—Pues no sé... a ver... mire, está bostezando —rió la enfermera—. Ya les he dicho que va a ser una niña dura, está tan tranquila.

—¡Se ha metido un dedo en la boca! —exclamó Lisa, incrédula.

Mientras miraba a su esposa observando, atónita y emocionada, a su hija chuparse un dedo, Rosé supo la respuesta a su pregunta... era una cobarde.

O, más bien, lo había sido. Pero no iba a serlo nunca más.

Madre de Alquiler - ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora