Tentación.

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Rosé se había mostrado distante desde que se levantó de la cama el sábado por la mañana. Había desayunado fuera y luego estuvo todo el día en su oficina. El único consuelo de Lisa era que había aceptado ir a una barbacoa en casa de unos amigos el domingo. Así podría pasar todo el día con ella. Un día entero para poder tocarla, tomarla por la cintura, besarla...

Cuando por fin volvió a casa por la noche, se negó a dormir de nuevo en su cama. Incluso cuando ella se ofreció a dormir en el sofá, una oferta más que generosa por su parte.

Después de varias horas mirando al techo, echando de menos a Rosé en su cama después de una sola noche, Lisa estaba a punto de quedarse dormida cuando oyó un gemido en la otra habitación.

En un segundo, todos sus sentidos se pusieron alerta y saltó de la cama como en su mejor época en la oficina de bomberos de la ciudad.

La puerta estaba cerrada y, sin pensar, la empujó con el hombro mientras giraba el picaporte. La puerta se abrió de golpe y golpeó la pared con estruendo.

Lisa no se molestó en buscar el interruptor de la luz, no hacía falta. La luz que entraba por la ventana le ofreció la imagen de Rosé sentada en la cama, con una pierna doblada.

—¿Qué pasa? —preguntó, frenético.

—Se me ha dormido una pierna —contestó ella.

Lisa suspiró, aliviado. Rosé estaba bien, el niño estaba bien. No había pasado nada, sólo un calambre en la pierna.

—Deja que te ayude.

—No hace falta, ya casi se me ha pasado.

—Deja que te ayude, no seas cabezota —insistió, sujetando su pierna para darle un masaje—. ¿Esto te pasa a menudo?

—De vez en cuando.

—Es falta de potasio.

—¿Qué?

—Que los calambres se producen por falta de potasio —insistió Lisa, que tenía que hablar de algo, lo que fuera, para olvidar que estaba acariciándola, a oscuras, en su habitación—. ¿Te hago daño?

—No.

—Voy a estirar el músculo. Dime si te duele.

Ella asintió con la cabeza, sin hacer el menor gesto de dolor. Lisa la admiraba por su valentía. Era una chica dura, desde luego. Dura, segura de sí misma, independiente. Cualidades admirables todas ellas, pero que nunca antes había buscado en una mujer.

—¿Mejor?

—Sí. Lamento haberte despertado.

—No te disculpes, no pasa nada. ¿El niño ha vuelto a moverse?

—Hoy estaba un poquito más activa.

—¿Activa? ¿Crees que va a ser una niña?— cuestiono Lisa

—No sé, es una premonición.

Estaban muy cerca la una de la otra. A la luz de la luna, podía ver el brillo de sus ojos. Deseaba besarla, pero sabía que no debía hacerlo. Habían establecido unas reglas y debía respetarlas.

Aunque, por primera vez en su vida, estando con una mujer en un dormitorio Lisa deseó estar rodeado de gente.

Y tuvo que hacer un esfuerzo para apartar las manos. Si pudiera obligarse a sí misma a salir de la habitación, a darle las buenas noches... Pero ella no era una santa.

—¿En qué piensas? —preguntó Rosé entonces.

—En nada.

—¿No? Pues has puesto una cara muy rara. 

Lisa sonrió. —Sí, estaba pensando... en que ojala estuviéramos rodeadas de gente. Si fuera así, tendría una excusa para besarte.

—Pues tú no pareces la clase de mujer que necesite una excusa para hacer algo que le apetece hacer.

¿Había dicho eso de verdad o era su imaginación? ¿Había una invitación en sus ojos? Pero no, no podía ser. Si lo hacía, la perdería, estaba segura. Y no quería destruir su confianza.

—No me tientes, Rosé.

Ella se echó hacia atrás, como si la hubiera abofeteado. —No sé por qué dices eso.

—Sí lo sabes. Me hiciste prometer que este sería un matrimonio en blanco. Nada de intimidades. Esas eran las reglas.

—¿Y?

—Si quieres cambiar las reglas, dímelo. Yo no pienso hacerlo. 

Aunque le habría gustado.

—¿Y si quisiera? —preguntó Rosé, sin mirarla.

El corazón de Lisa empezó a trepidar dentro de su pecho. Sería tan fácil dar un paso adelante... pero le resultaría imposible encontrar una justificación para su conciencia.

A menos que estuviera seguro de que era eso lo que ella quería.

—Son tus reglas. Tú eres la única que puede cambiarlas.

Tenía razón, por supuesto. Eran sus reglas. Fue ella quien insistió en que no hubiera intimidad entre ellas. Y, francamente, empezaba a arrepentirse de ser tan estricta.

¿Sería mucho pedir que la tomara entre sus brazos y la besara hasta dejarla sin sentido? ¿Tan difícil era?

Por una vez en su vida, no quería pensar. No quería sentirse responsable, no quería tener que tomar una decisión.

Sabía que Lisa la deseaba, pero quería algo más que deseo. Quería una completa y total rendición. Quería que no fuera capaz de resistirse.

Eran incompatibles en muchos sentidos, pero quería que hubiera uno, solo uno, en el que estuvieran completamente de acuerdo, completamente en sintonía.

Madre de Alquiler - ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora