Capítulo 16

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Nunca estaba seguro de nada.

Solo lo hacía sin siquiera pensar en nada. Consecuencias, víctimas, sentimientos, nada.

Y es que en mucho tiempo jamás había sentido algo lo suficientemente importante por una chica como para no hacerle daño.

A Alana la había querido demasiado. Pero ¿amar? No lo sé. Vivimos muchas cosas, sentí cosas que jamás había sentido, nuestra primera vez había sido juntos, vivimos muchos sustos de embarazos que al final solo eran alarmas falsas.

Pero ahora sería padre realmente. Y estaba seguro que por Isabella sentía muchas cosas más que cariño.

Beck era bastante reservada, solo nos veíamos de vez en cuando, pero me encargaba de llamarla todos los días para ver que tal iba. Tenía poco más de tres meses y la barriga ya empezaba a notársele. Y recién cuando vi un pequeño bulto en la parte baja de su abdomen, me di cuenta que realmente tendría un bebé en menos de seis meses. Porque, aunque ya había intentado aceptarlo, aún no estaba seguro de como lo haría.

Solo estaría con ella a pesar de todo.

Pero con Isabella era diferente. Había muchos problemas. Todo el tiempo. Después de todo éramos polos opuestos, ¿no? Y, aunque en la teoría de los polos opuestos dice que estos se atraen, también dice que se repelan. Porque en una relación pueden ser parejas, pero en sí siguen siendo bastante disparejas.

Pero la pregunta era, ¿la amaba lo suficiente como para hacerla sufrir lo de tener un bebé de otra chica?

Sí, la amaba demasiado. Pero no estaba seguro de querer verla sufrir de esa manera. Cada vez que la escuchaba llorar de dolor por todos sus problemas psicológicos, sentía como si me estuvieran matando vivo. Sentía el dolor de ella ardiendo dentro de mí. Casi como si que ella sufriese fuera mi culpa.

Y es que mayormente lo era. Yo era el cabrón que le ocultaba las cosas. Yo era el imbécil que prefería guardarse todo antes de confesarlo. Yo era el mierda que creía que ella se alejaría solo por hablar de mí. Yo era el que desaparecía dos semanas hasta que esos putos episodios desaparecieran, porque no sabía qué podía suceder.

No sabía de qué era capaz.

No sabía como reaccionaría en un episodio maniático si la veía con un chico. No sabía que tanto podía llegar a lastimarla en un episodio. No sabía cuán mierda podía ser solo por enfadarme.

Hasta que finalmente, después de todo, me di cuenta de que la amaba más que a nadie. Pero ya era muy tarde. Ella se iba a ir. Por mi culpa. La había espantado tanto que ya ni siquiera podía volver a solucionarlo. Y no insistiría.

Ella, la puta diosa que había superado todo eso, había sido capaz de perdonarme todas las mierdas que yo le había hecho pasar, y ya no podía volver a verla así. No quería verla así. Ella no se lo merecía. Yo no la merecía a ella.

Por eso, cuando la vi desplomada sobre la alfombra de la casa de Carla con una copa de vino reventada en la mano, sentí como mi corazón se partía. Como una fuerte presión en el pecho me cortaba el paso del aire. Como mi piel comenzaba a arder, como si mi sangre quemase mis venas y mis venas quemasen mi piel.

Verla inconsciente sobre el asiento de atrás de mi coche con la piel pálida y la sangre resbalando de sus muñecas hasta caer en el piso. Como sus largas pestañas oscuras reposaban suavemente sobre sus mejillas. Como su pelo negro estaba esparcido sobre el asiento con ese brillo natural desprendiendo ese olor que tantas veces me volvió loco.

No entendía nada.

La noche anterior todo estaba bien. Ella estaba bien. Había bebido, sí, pero no lo suficiente como para hacer algo así. Habíamos follado como nunca y por la mañana todo había estado bien. Cuando me fui a la universidad, todo estaba bien.

Iker Henterman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora