Capítulo 10

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Música, vasos de alcohol, drogas, una chica rubia susurrándome en el oído mientras se refregaba sobre mi polla... más alcohol... risas... bolsitas de cocaína...

Esa era mi manera de solucionar los problemas. O al menos olvidarme de ellos por un rato.

Muy maduro, sí.

La chica ―que había olvidado su nombre― empezó un pequeño camino de besos desde mi oído por mi mandíbula hasta llegar a mis labios. Le respondí al instante, era guapa y parecía no tener intenciones de querer mucho más que un simple polvo.

Se apartó con una sonrisita, pasándose un dedo por debajo de los labios para quitar los restos de labial.

―Conozco...

Justo en ese momento, alguien la apartó con fuerza de encima de mí, cogiéndome del brazo con tanta fuerza que me sorprendió, levantándome del sofá. La chica soltó un chillido, empezando a insultar a... oh, conocía ese pelo castaño. Javier.

Me dedicó una mirada que de haber podido helar el infierno me hubiera congelado completamente. Lo miré divertido, alzando una ceja.

―¿Qué mierda haces aquí, tío? ¿Eh? ¿Te crees que con esta mierda solucionarás tus putos problemas, Iker? ¡Pues no! ¡Bienvenido a la puta realidad y a la única que existe, Henterman!

Apenas le oía por la música y por todos los vasos de una mierda rosa que me había bebido, pero podía entenderle perfectamente.

Le sonreí como un niño que acababa de ser pillado por sus padres haciendo una travesura.

―Me cago en la puta madre que me parió, Iker ―masculló, apretando los dedos en mi brazo―. Cogerás tus putas cosas, tomarás una ducha lo más fría posible y te irás a tu casa a pedirle perdón a Isabella. Y déjate de mierdas que me tienes hasta las pelotas de andarte salvando el culo.

―A ver... ―empecé, balanceándome hacía atrás―, no me voy a disculpar con... ella porque al fin y al cabo igual se irá. Lo que diga o haga no hará la diferencia... quizá no era la correcta como yo pensaba, Jav.

―¿Pues no? ―murmuré un no, negando con la cabeza―. Entonces dile que no te importa, que coja sus putas cosas y deje de joderte la cabeza.

―Sabes que por más... ―me volví a ir para atrás, sonriendo―, ¿qué decía?

―Coge tus cosas que nos vamos ―me dio un golpe en la cabeza que casi hizo que me fuera de culo al piso.

―¿Cómo me voy a ir Javi si todavía no empieza lo bueno? De hecho, me has interrumpido un buen polvo. Y eso no se hace, niño malo.

Después de eso tengo lagunas. Y mucho dolor de cabeza. Solo recuerdo y haber forcejeado con Javier para que me dejara en paz, él enfadándose en niveles altísimos gritándome que estaba cansado de no sé qué, y yo llegando a la casa apenas. Sin Javier.

Probablemente después tendría que ir a disculparme. Como siempre.

Pero recordaba muy bien lo que había pasado después. Isabella había abierto la puerta con la nariz roja y con una sudadera de una película de monitos animados.

―¿Qué...? Mierda, Iker ―se acercó rápidamente, cogiéndome la cara con sus manos suaves y frías―. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Sonreí, dejándome llevar por su tacto. Tenía las manos tan suaves que probablemente se gastaba más de un pote de crema humectante en ellas. Bueno, tenía todo el cuerpo suave. Parecía la piel de un bebé. Lisa y tierna.

Iker Henterman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora