Capítulo 8

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—¡No me dejes hablando sola, Isabella! ¡Ven aquí, maldita sea! —chilló mamá desde la cocina, dejando caer la cuchara en un golpe sordo contra el plato.

Cogí mi chaqueta de sobre el sofá y caminé lo más rápido que mis cortas piernas me lo permitían hasta la puerta de casa, tomando con fuerza el juego de llaves.

—¡Al menos coge tu medicación antes de salir, mi vida!

—¿Cuantas veces te tengo que repetir que no las necesito para que me dejes en paz, maldita sea? —me giré hacia ella, lanzando el sobrecito sobre el sillón.

—Al menos llámame cuando llegues a donde sea que vayas con Iker, por favor.

 —Como sea.

Mascullé varias palabrotas mientras salía de casa y comenzaba a caminar a pasos firmes por el pasillo. Bajé por las escaleras con rapidez, topándome de lleno con el de seguridad en el último escalón. Señaló con la cabeza hacía el piso donde había una caja algo grande con cansancio. Sonreí casi inconscientemente y corrí hacía la caja.

—Chica que...

—¿Podrías llevarla a casa, por favor? Es que voy tarde al insti y no veo que tengas mucho trabajo... —le sonreí ampliamente, interrumpiéndole.

—Es sábado chica y un chico te espera. Dice que es tu novio —recalcó la última palabra, haciendo una mueca de asco—. Y tu madre me dijo que...

—¡Adiós y gracias, Teodoro! —sacudí la mano en su dirección dando tumbitos al pasar por su lado.

Había amanecido de buen humor y más con el mensaje que Iker me había mandado luego que decía exactamente: "¿Te vienes con An y yo al parque de diversiones? Tengo cita con ella y quiere verte." A lo que simplemente le respondí con tengo que pensarlo. No quería parecer fácil después de lo que pasó en el coche. Y él agregó un: "Me gustaría que vinieras con nosotros"

Peeeeeeeeero luego empeoró un cinco por ciento con mamá y su obsesión con que me tomara la medicación.

Realmente se estaba ganando mi odio.

Igual, mi buen humor no cambiaría por nadie. Ni menos por Julieta.

Sonreí al ver el coche negro último modelo con las ventanillas blindadas estacionado afuera del bloque. La ventanilla se bajó lentamente dejándome ver el perfil lateral de Iker en el asiento del conductor.

Giró la cabeza hacía mí y sonrió, mordiéndose el labio inferior.

—¡Bea! —un chillido infantil hizo que saliera de la burbuja de inmediato. Una cabecita con una mata de cabello ondulado negro se asomó por la ventanilla trasera—. ¡Bea! ¡Bea! ¡Ik no me ha poio hacer ua coeta!

Caminé lentamente hasta el coche, sonriendo al ver como Iker le fruncía el ceño, indignado.

—Lo he intentado, An, pero te mueves mucho —rebatió.

—¡Claro que no! ¡Eres mal hemano!

—¿Yo? ¡Que te he comprado ese peluchón gigante de Olaf! ¡Toda mi paga del mes se ha ido con esa m...!

—Vale, vale, vale. ¿Quieres que te haga una coleta? Mira que no es por presumir, pero se me da muy bien.

—Pues mira que no se nota —masculló Iker, frunciendo los labios.

Abrí la puerta del lado de Aine, haciendo que ella saltara a mí con fuerza, haciendo que retrocediera un paso, pero lograra cogerla antes de que se cayera. Besó mi mejilla sonoramente pasando sus brazos delgaditos por mi cuello, enterrando su cabeza en mi cuello.

Iker Henterman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora