Capítulo 3

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Mini maratón 1/2 :D

Miré por la ventana enfocando la vista en los árboles, ajenos a la maestra de literatura que estaba leyendo las notas del examen de literatura. Y el que también, como todos los otros, había suspendido con un gigante dos.

Julieta, mi madre, repitió toda la mañana que si no tenía un sobresaliente en este examen tendría que aceptar esas tutorías. Porque, especificó que, era la única clase que bajaba mi matrícula de honor, y tenía razón, claro. Y si quería entrar a una buena universidad debía subir ahora esas calificaciones. Aunque realmente nunca me interesó ir a una universidad, el estereotipo de que si no lo hacías eras un ignorante, me impulsaba a hacerlo.

—Anderson —giré la cabeza hacía la profesora, la que me observaba fijamente desde el escritorio con desaprobación—. Deberás hacer un informe sobre la literatura griega si quieres que te suba este insuficiente. Y tienes que entregarlo mañana a primera hora. Puedes retirarte.

Asentí con la cabeza, aunque pensaba no hacerlo. Quizás y buscaba información en Google sobre ello o algo así.

—Ah y espero no tener que avisar a tu madre sobre que estás más al pendiente de mariposas que de tus notas finales ―masculló, algo enfadada.

Pues ya lo sabía así que no me importaba.

Me encogí de hombros metiendo mis cosas dentro de mi mochila con rapidez. Entonces, salí de ahí bajo la atenta mirada del resto de los estudiantes. Daysi estaba para afuera masticando chicle.

Hugh. Qué asco.

—¿Cómo te fue? ¿Sacaste un notable, por lo menos? —hizo una pompa, burlándose.

—Un dos. Insuficiente —expliqué, apretando los labios—. ¿Y si acepto esas tutorías? Puedo obligar a que me hagan los deberes.

Daysi soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza con diversión.

—Claaaaaro. Seguro te los hacen y de paso te compran el almuerzo —se burló, dándome un pequeño empujón por el hombro que hizo que me encogiera ligeramente en mi sitio a sentir sus dedos rozar mi cuello desnudo.

—¿Por qué no? —pregunté, sin embargo.

—¿Por qué sí? —contraatacó. Le dediqué una mirada irritada—. Venga, que tenemos que ir a el partido. Javi estará allá esperándonos. Y Iker no jugará. ¿Cuánto es que lleva sin jugar? ¿Tres años? ¿Dos? ¿Cuatro? Jugaba tan bien...

—No me interesa —la interrumpí, chasqueando la lengua—. Y tampoco podré ir.

—¿Qué? —me miró de inmediato con los ojos bien abiertos—. Pero si siempre vamos a ver como juegan... Isaaaaa... vengaaaaaa...

—Tengo cita en el medico con mamá —mascullé, entre dientes.

—Ah... vale... sí es eso entonces ve. ¿Traes tu...? —alzó las cejas, incapaz de nombrarlo.

—Sabes que sí.

—Vale. Si quieres venir luego, ya sabes dónde está la cancha de futbol de pijos. O puedes lla...

—No iré luego.

—¿Me dejarás sola?

No le respondí porque justo en ese momento mi móvil comenzó a sonar. Lo busqué en mi bolsillo con rapidez y sin ni siquiera mirar el identificador deslicé el dedo por la pantalla.

—¿Hola?

—¡Cariño! ¿A qué hora es que era la cita con el doctor? —su voz sonaba apresurada, al igual no me pasó desapercibido el ruido del tráfico y las personas chillando palabrotas.

Iker Henterman (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora