12.- La Nueva Guardiana

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Merua permaneció en silencio ante la directa pregunta de Varasloth, varías memorias surcaron caóticamente su mente.

Su raza, conocida como la raza autómata, era una raza con una inmensa esperanza de vida capaz de rivalizar con la de dragones y elfos, más funcionaba de una forma particularmente diferente.

Los autómatas poseían la capacidad de entrar en largos períodos de hibernación, los cuales generaban una pausa total en todo su sistema y organismo, incluyendo en ello la degeneración de sus cuerpos, lo que les permitía pausar su vida por largas instancias de tiempo y vivir incluso más tiempo del naturalmente designado por los cielos. Asimismo, poseían grandes habilidades orientadas a la gestión de recursos, análisis, observación y otras similares.

Todo ello hacía a la raza autómata perfecta para poder ejercer puestos de guardianes, carceleros, supervisores y demás cargos similares, el guardián de una bóveda, por ejemplo, podía vivir eones en un estado de hibernación mientras nadie entrase a despertarlo, por lo que no había necesidad de estar cambiándolo o reemplazándolo constantemente ante una eventual muerte natural. De igual manera no necesitaban alimento alguno dado que su sistema se alimentaba del mana mismo y elementos residuales en ambiente de manera muy básica.

No obstante, ¿Quién anhelaría pasar su vida custodiando determinada ubicación u objeto?

En planos menores donde la mencionada raza existía libremente, enormes civilizaciones se habían levantado de manera pacífica. Incluso cumplían también las funciones de juzgadores o mediadores ancestrales ante las disputas de reinos de otras razas en razón a su extensa presencia en la historia y el tiempo de planos menores, claramente hablando de una relación equitativa para con todos los bandos.

Sin embargo, esa igualdad desaparecía cuando la conversación del tema de la servidumbre era traída a la mesa en la presencia de un ser divino.

Muchos clanes o reinos autómatas estarían más que dispuestos de ofrecer y proponer a sus descendientes como sirvientes para seres divinos, al fin y al cabo, la longevidad de su raza les permitía forzar especiales vínculos de confianza y lealtad con entidades divinas que los beneficiaban en gran medida, a diferencia de otras razas cuya existencia resultaba efímera en comparación la esperanza de vida con los autómatas y la eternidad de los seres divinos.

¿Más donde quedaba la voluntad del sirviente elegido? ¿Era acaso el honor y el orgullo que tanto predicaban sus hipócritas vendedores suficiente para darle sentido a su existencia?

Kolacris entendió la complicada situación en que Merua se encontraba y procedió calmadamente a explicarle a Varasloth las particularidades de su raza y destino. —Su tiempo está por acabarse, si bien la esperanza de su vida es realmente larga, no es eterna. Ella por lo menos no ha alcanzado la divinidad. Merua fue elegida para ser mi supervisora y celadora, más con el transcurso de los siglos una amistad llegó a formarse entre nosotros. Le hablé de los lugares que existen más allá de los confines del estómago de un anfibio avaricioso, allá en el inmenso exterior y lo que la vida plena puede ofrecerle. Lo único que desea es poder salir y conocer el mundo, sí te acompaña cumplirá su deseo y te será de gran utilidad. Por lo menos tendrás a alguien más que te pueda asistir hasta que yo me recupere. —

Varasloth continuó sin mostrar reacción alguna, más en su interior el nuevo concepto adquirido empezaba a comprender y entender. Aquella era la razón por la que sentía afinidad con la historia de la autómata. Eran de cierta forma, similares.

Una prisión eterna, un falso albedrío y anhelo de conocer lo que la existencia manifiesta en plenitud. Sí su tiempo estaba por acabar, las posibilidades de que su sueño se cumpliesen eran remotas. El nuevo concepto adquirido le permitió a Varasloth ponerse en los pies de Merua y ampliar la comprensión del sentimiento formado.

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