6. Señor Quiroga.

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Capítulo seis. ***

Mi corazón amenaza con salirse de mi pecho y mis mejillas hierven ¿Qué es lo mejor que puedo hacer en este momento?

No tengo ni puta idea.

Azrael Quiroga se encuentra a milímetros de mí con solo una toalla cubriendo su parte íntima, y por alguna razón no me siento incómoda ni asustada al tenerlo así tan cerca de mí, solo algo nerviosa como si estuviera a punto de cometer algún acto inmoral.

Intento abrir la boca para decir algo y protestar, pero él inclina la cabeza acercándose aún más a mis labios. Las gotas de agua escurren por su cuerpo y mi pulso se acelera considerablemente. Por un momento pienso que va a besarme, y ahora la ética y razón es el lo que menos estoy pensando. Es jodidamente peligroso tenerlo casi desnudo tan cerca a mí. Cuando estoy a punto de ceder ante sus encantos y dejar que se apodere de mis labios, él desvía su cabeza acercándose ahora a mi oído.

— No te emociones, Rachel — susurra con una voz tortuosamente ronca — solo quiero apagar el modo sexo.

Una corriente viaja por todo mi cuerpo dejando erizados todos y cada uno de mis vellos. 

Las luces blancas volvieron y la música se detuvo. Todo vuelve a su estado de antes, como si nada hubiera pasado. Como si jamás hubiera estado a punto de besarlo. 

Él se separa de mí de la forma más lenta posible. Dejando cálidos suspiros en mi cuello. Siento que su tortura está acabando, pero él me vuelve a sorprender rozando sus labios contra el lóbulo de mi oreja logrando que tenga que tragar grueso para no ahogarme con mi saliva.

— P-podrías vestirte. 

— ¿Te incomoda verme así? 

— No — digo en un suspiro y lo veo levantar ambas cejas en sorpresa — Q-quiero decir sí, me incomoda verte así. 

Mis sentidos están en mi contra. No puedo concentrarme al tenerlo así tan cerca de mí.

— ¿Segura? — su tono es de picardía pura — O prefieres verme sin la toalla.

Claro que sí. Pero sinceramente no creo que sea buena idea.

— Ponte la maldita ropa, Azrael.

Mi voz es firme. Por primera vez puedo controlar mis hormonas y enfrentarlo como debo. 

Él vuelca los ojos y se aleja de mí. 

Tengo retenida mi respiración, sinceramente si decido respirar ahora me vendré envuelta en nervios.

Veo como de un tirón abre su ropero.  El color negro abunda en sus prendas, toma un par de telas y luego va hacia el baño.

— Que aburrida eres. — gruñe.

Lo veo cerrar la puerta de cristal y un suspiro de alivio aparece. Enserio admiro mi poder de autocontrol, estar parada frente al capitán del equipo de fútbol y contenerme de no lanzármele encima, joder, ya sé porque sigo siendo virgen.

Mi mente logra tranquilizarse y se enfoca en todo lo que está pasando, ¿Para qué me pidió venir si ya tenía todo listo? ¿Acaso se está burlando de mí? Oh, eso sí que no señor ángel caído.

— ¡Me voy de aquí! — grito lo más fuerte que puedo para que él me escuche desde el baño.

Estoy siendo tan valiente solo porque no está frente a mí. Giro y me dirijo hacia la puerta. Mis manos toman la manilla e intento abrirla, pero no puedo, jalo nuevamente de esta, pero el resultado no cambia. Estaba atrancada. 

Todo Comenzó Con Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora