31. Está bien... estás bien.

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Capítulo treinta y uno. 

Azrael Quiroga.

Mis pasos se detienen cuando escucho el sonido de un sinfín de risas divertidas. Levanto la cabeza y mi campo de visión se llena de niños y señoras riendo, parecen estar felices por el lugar al que van a entrar.

El parque de juegos. Mis piernas se mueven detrás de ellos y sin planteármelo me encuentro dentro del lugar.

Personas divirtiéndose, niños corriendo y riendo. Parejas tomadas de la mano, todos los juegos repletos y una cola inmensa para subir a alguno.

Todos parecen ser felices en este lugar. Sin problemas, sin complicaciones, sin tristeza. Todo lo que hay son risas y felicidad.

Empiezo adentrarme más y mi mente es golpeada por los recuerdos de mi dalia azul sonriendo caminando junto a mí.

La forma en la que me miraba y le brillaban los ojos cuando yo me concentraba en hacer reír a Thiago. La manera en la que se colgaba de mi mano y daba pequeños brincos de felicidad mientras caminaba, o cuando se abrazaba a mi brazo en señal de que ella estaba conmigo cada que un grupo de chicas pasaba y me quedaban viendo como si fuese su futura presa.

Una sonrisa triste se dibuja en mi rostro. Estoy agotado... estoy tan cansado de siempre obtener el mismo resultado cada que siento que por fin la voy a encontrar.

Rachel... mi pequeña dalia azul...

Mi teléfono empieza a vibrar en mi bolsillo y mi corazón empieza a latir indicándome que aún no pierde la esperanza de que sean ellos.

Mi entusiasmo se evapora cuando veo el nombre de mi hermano en la pantalla.

— ¿Qué quieres?

— Necesito que vengas ahora mismo.

— No.

— ¡Azrael, por una puta vez has lo que se te pide!

—¡¿Qué se supone que voy a ir hacer a esa estúpida casa?!

— Sé como recuperarlas. — mi respiración se acortó.

— ¿Cómo? — musito entre dientes.

— Elena me llamó...

Elena... el nombre de nuestra madre. Un nudo en mi garganta se formó ni bien él terminó de hablar. Ella lo había contactado. La esperanza que creí perdida vuelve a reavivarse en mí.

— ¿Qué te dijo? ¡¿Dónde están?! — mi desesperación se hace presente y ya no tengo cabeza para pensar en otra cosa que no sea Rachel.

— Necesito que vengas ahora. Por favor... solo ven. — se escucho como una súplica.

Uriel cuelga sin dejarme responder y yo aprieto el celular en mi mano. Lo guardo en mi bolsillo derecho y empiezo a dar rápidos pasos fuera del parque de juego.

Entro saltando la pequeña zanja que hay por la parte trasera de la casa. Olvidé mis llaves, y digamos que el palacio Quiroga no es tan seguro como digamos. Tal vez se aparente por el tamaño, pero no es más que solo fachada.

Escalo una última pared y doy una gran zancada para caer en el patio trasero. Limpio el polvo de mi pantalón y me reincorporo para dirigirme dentro de la casa.

La mirada confundida de mi padre me hace querer reír, Uriel por otro lado vuelca los ojos y da pasos rápidos hacia mí.

— Tu teléfono. — pronuncia y yo enarco una ceja. — Que me des el maldito teléfono.

Todo Comenzó Con Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora