29. Estoy perdido sin ti.

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Capítulo veintinueve.

Azrael Quiroga.

Mi cabeza duele y mi estúpido cuerpo está comenzando a luchar por mantenerse de pie a causa de las horas que llevo sin dormir. Mis nudillos sangran y los raspones en mi rostro hacen que pequeñas gotas de sangre escurran por mi barbilla. No siento dolor, estoy tan jodido que no soy capaz de sentir dolor aun estando al borde del colapso.

Tres meses... tres malditos meses desde que me arrebataron lo que más me importaba. No puedo cerrar mis ojos sin imaginarme los suyos llenos de terror. No puedo mantenerme quieto en un solo lugar teniendo el poder de salir a buscarla. No puedo dormir tranquilo sin saber que es por lo que ella está pasando.

No puedo mirarme al espejo sin sentirme culpable. Todo es mi culpa, no debí dejar que mis sentimientos decidieran por mí. Debí dejarla ir, debí seguir alejándola aun esto nos lastimase a los dos. No debí dejar que se enamorara de mí. Fue un error, un maldito error que me costó a mí, mi felicidad y tal vez a ella su vida.

Perdóname Rachel, no tengo ni puta idea de donde estás y me estoy volviendo loco por eso.

Me han detenido en cinco ocasiones por no respetar lo que la estúpida policía me exige. "Déjanos el trabajo a nosotros" "La encontraremos" "No te entrometas" "Pronto estará de nuevo con su familia". Son una sarta de hipócritas diciéndome eso como si todo estuviera bien cuando no es cierto.

He pasado tres noches en la cárcel debido a que estoy tan jodido que me la pasó haciendo más problemas de los que ya hay.

Se que no estoy bien, y la verdad me importa una mierda eso. No lo estoy ni lo estaré si no la tengo sana y salva conmigo.

- Su fianza ha sido pagada. – uno de los guardias me indica esto y luego abre las rejas en las que estoy detenido.

Avanzo en cortos pasos hasta llegar a él, le doy una mirada de odio por preocuparse más en idioteces como esta que en estar buscándola y luego sigo mi camino.

El pasillo está vacío, no se escucha más que lamentos de los recién detenidos pidiendo que los saquen de ahí.

Mi vista se topa con la mujer de uniforme que acaba de salir de una de las oficinas.

- Azrael. – me nombra y luego da rápidos pasos hacia mí. – Por Dios... ¿Qué te ocurrió está vez? – habla en un tono dulce mientras mira mis heridas. Su amabilidad es idéntica a la de ella.

No tengo el valor para mirarla, me siento demasiado culpable por todo.

- Azrael... - me vuelve a nombrar y yo solo trago grueso y cierro mis ojos con fuerza en un intento de no sentirme tan miserable. – Azrael mírame. – habla tomándome de la barbilla.

Abro mis ojos y mi mirada se topan con sus iris azules. El sentimiento de dolor en mi pecho aparece de nuevo.

- Estás demasiado herido, déjame ayudarte. – me toma del brazo y me guía hacia un asiento.

- No debe preocuparse por mí. – murmuro cuando se encuentra limpiando la sangre de mi rostro.

- Ya deja de culparte, das lástima. – habla en un tono burlón y luego la veo sonreír. – Ese no es el chico del que mi hija se enamoró.

- Ese chico ya no existe. – exclamo en una risa triste y luego me quejo al sentir un pequeño ardor en una de mis heridas por la forma en la que presionó. Eso fue a propósito.

- Deja de decir tonterías. – me ordena y sigue limpiando la sangre con el algodón en mi rostro.

- Pero es ciert... - no me deja terminar porque vuelve hacer que las heridas ardan y me quejo de nuevo.

Todo Comenzó Con Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora