Erika estaba lo suficientemente cerca como para intervenir pero lo apropiadamente lejos para no escuchar la conversación que se estaba dando entre el Príncipe Aladar y la Princesa Mérida. Pero considerando lo incómoda que se veía esta última… no debía de ser un momento agradable.
Desde que Aladar tenía diez años había comenzado el desfile de pretendientes, hombres y mujeres por igual.
Kirán no era un reino que hiciera diferencias por el género de la persona, lo importante era lo que pudiera ofrecer el individuo al pueblo. Si la reina hubiera elegido a un muchacho para su primogénito, éste simplemente quedaba con el derecho de seleccionar a una matrona de todas las disponibles en el palacio para cargar a un heredero, y éste recibiría el apellido y herencia de amos padres.
El derecho de sangre no era absoluto en Kirán, por algo Selene era reina, porque había demostrado que podía ofrecer a la sociedad mucho más que quien la había antecedido.
Aladar había tenido tantos encuentros con todo tipo de candidatos, siquiera podía recordar cuántos, mucho menos los nombres. Hijos de poderosos lores, hijos de prominentes aristócratas, princesas de otros reinos, generales de tierras lejanas, pero nadie había estado a la altura de las expectativas de la reina ni los gustos del príncipe… hasta que apareció Mérida Dunbroch.
Erika no necesitaba de sus habilidades de observación o de cuánto conocía al príncipe, era tan obvio el enamoramiento inmediato del muchacho. Aladar era el típico príncipe, sí, un poco petulante con su cuota de altanería, era algo malcriado y pedante, pero era un buen hombre. Era generoso, amigable y siempre dispuesto a ayudar, y de hecho era encantador. Había roto muchos corazones, dentro y fuera del reino, porque era fácil de amar y la gente se apegaba rápidamente a él. Pero en esos días en que se encontraba con Mérida, se convertía en un completo idiota, pasaba de estar nervioso y retraído a un patán insoportable, y quien realmente era asomaba pocas veces y en su lugar quedaba una persona que resultaba el peor de los estereotipos de príncipe.
Mérida lo fascinaba y dejaba completamente obnubilado, lo reducía a un niño tonto que tenía que recurrir a una máscara de personalidad para poder estar a su lado en esas citas que él mismo había forzado. Y Mérida no se daba cuenta. Quizás eso era lo que tenía fascinado al príncipe, que ella no era consciente de todo lo que era y provocaba en los demás. No era consciente de su belleza, de cómo arrugaba la nariz cuando algo no le gustaba, de cómo sus ojos se iluminaban cuando algo le interesaba o cómo trataba de esconder un dolor que crecía día a día.
Erika lo veía con el pasar del tiempo, veía a Mérida interesada en todo lo nuevo, fascinada con la cultura de Kirán, enérgica cuando entrenaba con todos los soldados en el patio, curiosa durante las lecciones matutinas… Pero al mismo tiempo la veía apagarse, por momentos distante, ahogándose en su interior. Sentía que por dentro, Mérida gritaba a todo pulmón pero nadie podía escucharla… nadie podía.
Mentiría si dijera que no se estaba encariñando con la princesa. Era inevitable, la consecuencia del trabajo de guardaespaldas era terminar sintiendo algo por la persona, buenp o malo, estar tanto tiempo cerca de alguien inevitablemente creaba sentimientos. Pero los suprimía, los presionaba en un rincón de su mente y se olvidaba de lo que sentía, porque aunque era un gaje del oficio, no quería encariñarse con esa muchacha… no así.
Erika suspiró, escuchó llegar a la reina mucho antes de que ésta venciera las distancias y se posicionara a su lado. Selene se movilizaba sólo con dos damas de compañía, a duras penas si había aceptado a Erika pisándole los talones antes, pero no le era aceptable tener guardias a su alrededor en su propio palacio.
La reina permaneció en silencio un momento junto a ella, observando a su hijo hablar sin descanso a una muchacha que no se molestaba en esconder el desinterés por la conversación… o, el monólogo más bien.
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Valiente II
FantasiHan pasado 5 años desde que Mérida Dunbroch se plantó frente a los clanes y defendió su mano. En la víspera deben cumpleaños, rodeada de amigos y familia, celebrando como siempre... una tormenta se desata trayendo consigo el rugir de la guerra. Un a...